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Ecuador, 30 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Punto de vista

La comunicación política: algunas preguntas incómodas

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Cuando desde las academias y los medios de comunicación se piensa (y cree) que la comunicación política corresponde solo a unos contenidos motejados como políticos (especialmente provenientes del sistema político tradicional) y transmitidos por los medios se hace necesario interpelar a tal sentido común, que transforma a la comunicación en un mero instrumento al servicio de un orden prefigurado. Tal interpelación podría esbozarse a modo de algunas interrogantes que puedan abrir el debate, pero que también presupongan algunas avenidas de solución.

Primero, debemos preguntarnos por el orden. Aquí requerimos inquirir por aquel conjunto de relaciones, condiciones, actores, estructuras, dispositivos, interacciones y operaciones que diagraman y administran nuestros estados de cosas (su naturalidad) en los ámbitos materiales y simbólicos contemporáneos. Evidentemente, de entrada, esto supone comprender a la comunicación política más allá de la disposición de unos contenidos cuyo origen sería el sistema político. Significa concebir a la comunicación como un régimen de administración de la realidad, en el cual los medios son un eje fundamental, pero no total.

Segundo, se trata de asediar a un conjunto de matrices, tradiciones intelectuales y formatos que han generado una suerte de correspondencia especular entre la comunicación y la constitución simbólica del presente. ¿Cuáles son sus epistemes? ¿Cuáles son sus presupuestos? Estas dos preguntas atacan, sobre todo, al carácter administrativo de nuestras investigaciones que ligan a la sociedad con la comunicación, como si esta última solo pudiese ocupar el rol de una función más del sistema político, aquella que permite su equilibrio y supervivencia. La comunicación, y la política en especial, debiesen operar bajo la idea de conflicto, mas no de igualdad. Y decimos conflicto, porque la sociedad así lo requiere para lograr transformaciones estructurales a sus demandas.

Tercero, requerimos problematizar el papel y función del campo de la comunicación (no solo del académico, sino también el burocrático y empresarial) en la perpetuación  del orden democrático liberal hegemónico. Esto significa, por ejemplo, auscultar las relaciones entre las nuevas prácticas políticas en el contexto de las tecnologías digitales, abandonando, de una vez, la percepción acrítica e instrumental sobre el rol facilitador de la rearticulación democrática del rol social de las llamadas tecnologías de la información. Esto no quiere decir que no debamos aceptar los cambios en los modos de aparecer de lo político, sino que, por el contrario, buscar comprenderlos y situarlos en un eje de permanencias y rupturas y no en la pura novedad que demandan nuestras modernidades en una fase de acelerada globalización. (O)

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