La Cumbre de las Américas constituye ya ese acto simbólico del efectivo, real y visible cambio de época. No solo por lo ocurrido entre Raúl Castro y Barack Obama (un diálogo frontal, respetuoso y diplomático del más alto nivel), sino por el comportamiento político de todos los mandatarios: hablando de frente, sin tapujos ni medias tintas sobre sus problemas fundamentales, en un continente sin dictaduras, en democracia. El nuevo mapa político de América incluye, por supuesto, a Cuba que ha resistido más de 50 años del peor bloqueo y que explica su situación interna ahora. Y ese mapa también incluye a fuerzas progresistas, de izquierda y liberales, que ya no piden permiso para hablar o decidir. Son fuerzas con mucha madurez en un panorama económico y social distinto. Y ese mapa, aunque no se quiera decir abiertamente, no cede a una derecha cavernaria o dinosauria, como la que se reunió en los hoteles de lujo de Panamá antes de la cita presidencial. Esa derecha fue con un propósito clave y estratégico: denostar, desprestigiar y desmerecer la institucionalidad democrática implementada en el continente (la misma en la que ha actuado esa derecha, pero de la que reniega cuando no está en el poder). Viajó con todas sus armas con esos propósitos, supuestamente en representación de una sociedad civil que no les ha delegado sino que la usan con un enorme financiamiento que viene de entidades públicas y privadas de los Estados Unidos y otros países de Europa. Se instalaron ahí para (como si la Guerra Fría estuviera más caliente que nunca) denunciar ‘violación de los derechos humanos’ y ausencia de libertades. En realidad esa derecha (aupada por la Sociedad Interamericana de Prensa -SIP-, convertida en otro actor político ahora) está ahí porque ya no domina ni impone sus políticas a los gobiernos elegidos democráticamente. Pero sobre todo porque siente que ni Barack Obama (si es cierto todo lo que dijo en la Cumbre) le apoya en sus afanes para desestabilizar a Cuba, Ecuador, Brasil, Bolivia y Venezuela. Entonces, esa derecha se quedó en los hoteles de lujo saboreando una derrota y un malestar porque el cambio de época se manifiesta en la inclusión de Cuba y en el fortalecimiento de una corriente política y democrática a favor de la transformación en las relaciones de poder, real y efectiva, en la geopolítica continental. De todos modos, la misma Cumbre deja otros espacios para la reflexión y para entender cómo procesar este nuevo escenario y para agudizar esas contradicciones que provoca la conducta política de EE.UU. cuando Obama está en su último mandato y no volverá a una nueva cita presidencial continental. Por mencionar un espacio potente: tras bajar el tono al enfrentamiento con Venezuela (quizá tras la evaluación de que fue la peor medida para llegar a Panamá con autoridad), Obama debe afrontar el restablecimiento de las relaciones con Cuba sin que esta haya cedido un milímetro en sus convicciones, principios y modelo político. Casi igual como pasó con Vietnam o China, en su momento y de acuerdo con sus condiciones políticas e históricas. La voz de Cuba fue poderosa: por más de un siglo han querido dominar la isla e imponer ahí su sistema. Y por más de 50 años un gobierno socialista ha dicho que su camino es el escogido por su pueblo y no será otro país quien le diga lo que tiene que hacer dentro de su geografía. Si EE.UU. ha sido capaz de oír a Cuba también deberá entender que no puede tener bases militares en una zona de paz, por vocación e historia. No puede sentirse aupada por una derecha y unas élites locales para imponer ‘valores universales’, modelos económicos ni planes guerreristas de ninguna clase, a ningún gobierno. El reto de este nuevo mapa político es, efectivamente, trabajar por las verdaderas paz y armonía entre los pueblos, para sacar de la pobreza a millones de seres humanos y con ello forjar un continente de muchas y variadas oportunidades. El reto colectivo del continente, por ejemplo, es acabar con la migración mortal e inmoral hacia el norte como si allá se alcanzaran todos los sueños. Y también, con urgencia, hace falta combatir el terrorismo y el narcotráfico. Eso será posible si se los combate en sus verdaderas causas y en donde ocurre la enorme demanda y consumo de estupefacientes. Pero también es un reto continental trabajar porque la educación y la salud sean prioridades políticas acordadas de todos los países, para establecer planes y proyectos conjuntos.Solo así se podrá alcanzar el lema de la Cumbre: prosperidad para todos y todas. (O)