Lo único que les une es un anticorreísmo intenso. Está por demás mencionar que sobran ejemplos, frases, discursos y fórmulas de esa unidad ‘ideológica’. Y sin embargo, siendo lo que más los une, hay demasiados símbolos, por ahora, que resulta muy difícil verlos a todos juntos. Guillermo Lasso dijo hace pocos días que apoyaba la marcha de Jaime Nebot, pero no se lo vio allí y mucho menos a sus seguidores, empleados y tampoco a su ‘ejército de trolls’. Andrés Páez habla del momento de la unidad, que de hoy no pasa el ‘tirano’ y que para ello solo hace falta que todos los quiteños salgan a las calles. Pero ahí, en sus convocatorias y en sus llamados, no aparece ni menciona a Mauricio Rodas. Estas dos parejas son por ahora ese símbolo de las fisuras de la derecha, que para algunos analistas, muy soterradamente, revelan que los intereses (o los negocios) de cada uno no se pueden cruzar con los del otro. Es muy iluso pensar que quieran de verdad derrocar al gobierno actual para ceder el poder a su contrincante. O al revés: Que la lucha que desatan ahora solo sea para defender las libertades y garantizar los derechos de los pobres, de los trabajadores y de los campesinos. Y algo más: Páez, Rodas, Nebot y Lasso constituyen en sí mismo ese símbolo de la partidocracia por donde se vea y cada uno intenta borrar ese pasado. El principal: Jaime Nebot. Ha hecho de todo para cambiar su discurso sobre derechos y garantías, libertades y justicia, equidad e igualdad. Los intereses reales de la política no nacen necesariamente de un proyecto electoral o para la toma del poder político El Ecuador de hoy no es el de 1997 ni el de 2000 y tampoco el de 2005. En estos tres años se produjo el derrocamiento de Abdalá Bucaram, de Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez, respectivamente. Eso lo sabemos todos. Las condiciones políticas eran diametralmente distintas y los sociólogos como los politólogos -que ahora hacen toda clase de cálculos- saben que los procesos no se repiten ni se copian porque sería como armar un fenómeno político en laboratorio, con las fórmulas del pasado, para obtener el mismo resultado. A veces da tristeza leer y escuchar aquellos análisis que señalan que con Quito no se juega o que en Guayaquil no pasan los tiranos, etc. El Ecuador de hoy es mucho más conectado, mejor integrado política y económicamente, no se diga mediáticamente. Por lo mismo, para entender lo que ocurre en estos días habría que ensayar una hipótesis: ¿Qué diferencia a Andrés Páez de Mauricio Rodas (en Quito) y a Guillermo Lasso de Jaime Nebot (en Guayaquil) para intentar saber por qué con ‘tantas semanas de protestas espontáneas y populares’ no se ha caído Rafael Correa? Todos esos actores políticos dicen en público que no quieren romper la Constitución ni dar un golpe de Estado. Cuando eso sale de los labios de Páez da risa y hasta se puede entender que lo hace porque es un asambleísta que quiere mostrarse ‘políticamente correcto’. Igual pasa con Rodas o Paúl Carrasco. Nebot lo ha hecho de frente y dice que, dada su edad, ya no está para esos trotes. Por lo pronto: Páez y Rodas disputan un mismo electorado y se deben a grupos o intereses en disputa en la capital ecuatoriana. Los amigos del uno no se encuentran ni dialogan fácilmente con los del otro. Quito es tan pequeño que basta revisar quiénes participan de las reuniones del uno para advertir por qué en las del otro se habla mal del primero y viceversa. ¡Muy típico! Si no, bastaría preguntar: ¿Por qué un Juan Carlos Solines no puede ni verse en pintura con Rodas y su círculo? ¿Por qué no luce ni brilla como un interlocutor político de Rodas un César Montúfar? Muy atrevidamente alguien me ha dicho: las chequeras de los unos se pelean con las de los otros. ¿Será? En política, como lo saben esos mismos sociólogos y politólogos expertos en el correísmo, mucho importa también quién te financia y quién sostiene tu activismo, si no es de orden popular, masivo y de profundas convicciones ideológicas. Y en Quito, con el municipio en manos de un pequeño grupo de empresarios y aportantes de Rodas, hay una enorme disputa por el control de los negocios y contratos del Distrito Metropolitano. Si no, ¿cómo se entiende que la posible salida de una empresa brasileña del proyecto del metro acarree una gran tensión entre los empresarios que apostaron por esa empresa, entre ellos un hermano de una autoridad municipal, que se frotaba ya las manos por empezar la obra y firmar el contrato con esa empresa ahora cuestionada y sus gerentes presos? Y hay otras preguntas que pasan por entender las aspiraciones de unos y de otros. Por ejemplo, si Andrés Páez quiere ser alcalde en el 2019 o binomio presidencial en el 2017, ¿qué tiene que hacer ahora? ¿Tomar distancia de Rodas, como ya lo hizo en la entrevista con Jorge Ortiz? ¿No aparecer juntos en ninguna foto, menos en la Shyris, a la que llegó muy tarde Rodas y los partidarios de Páez por poco lo sacan de ahí por ‘metido’ y ‘atrasado’? Rodas sabe que su capital político (producto de un triunfo que no es por sus virtudes ni por un proyecto coherente para Quito) es débil en una ciudad que no perdona la ineficiencia, la mentira, la pose forzada y menos una gestión administrativa mediocre. Su lucha personal es por mostrarse y aparecer como alcalde y al mismo tiempo como un líder político rebelde y juvenil, pero en su personalidad no caben ninguno de los dos todavía, a pesar de que ya pasó más de un año en el puesto de burgomaestre de una ciudad capital de una nación. Si se junta con Páez, ¿cuánto pierde o cuánto desplaza de su capital político a quien ganó con las justas una curul en Pichincha? ¿Hacer una alianza contra Correa en Quito significa para Rodas dar ese espacio para los negocios y empresas que podrían optar por un Páez candidato del 2017 o para las municipales del 2019? Los problemas de la derecha que la izquierda oculta con vergüenza Ver a César Rodríguez casi de la mano de Jaime Nebot, recorriendo la avenida Nueve de Octubre y luego comiendo juntos una pizza, es de esas fotos que hace cinco años nomás nadie se la imaginaría. Él fue uno de los más ‘rabiosos correístas’ y en la Asamblea Constituyente vociferaba las supuestas traiciones al Presidente de la República a sus compañeros de bancada. Y ahora va con Paúl Carrasco como el gran estratega de la oposición a departir con Nebot, en una muestra de supuesto democratismo. ¿Por qué no están ni Rodríguez ni Carrasco con Guillermo Lasso? ¿Qué les une con Jaime Nebot si ambos se declaraban de izquierda, plurinacionales, multiculturales, antioligárquicos y nacionalistas? “En la política hasta se tuesta granizo”, dicen los más viejos. Hay algo, casi como el agua con el aceite, que impide la unidad de Lasso con Nebot. (Sí, porque Carrasco y Rodríguez son apenas unas piezas útiles en estos momentos). Y ese algo, al parecer, es el cruce de intereses, negocios y círculos políticos que rodean a cada uno. En Guayaquil los partidarios del uno como del otro (como ocurre en Quito con Rodas y Páez) saben lo que se dicen los líderes del socialcristianismo y de CREO. En público son amigos y se respetan. En privado se detestan por el sinnúmero de desacuerdos sostenidos desde la misma época en que el uno sostuvo el gobierno de Mahuad y luego lo declaró su enemigo. Hay recelos también un poco más frescos: ¿Por qué Nebot puso candidato a la Prefectura del Guayas si Lasso no puso uno suyo a la Alcaldía de Guayaquil el año pasado? ¿Eso resintió más a Lasso que a Nebot? Para el pueblo llano (así como para los analistas expertos en desnudar al correísmo) es difícil entender esto. Las peleas ‘entre blancos’ no son necesariamente tan públicas como esas que se destacan y exacerban en el diario más sangriento de nuestro país y que vende ejemplares como pintas de sangre para vampiros. Al contrario, esas solo se conocen en círculos bien cerrados y perfumados. Y que ahora se callan porque el enemigo central es otro. (O)