Las rupturas políticas suelen dejar heridas profundas y no pocos damnificados de lado y lado. Es una de las leyes no escritas cuando se trata de la esfera del poder. En Ecuador sobran ejemplos al respecto, destacándose sobre todo aquellos quiebres profundos que se desataron, cual torrente incontenible, en la convulsa época de inestabilidad, al cierre del siglo pasado e inicios del presente. En aquel entonces, el país se acostumbró a vivir de crisis en crisis y el corto plazo político se convirtió en moneda corriente. Hoy, el escenario del choque político al más alto nivel es diferente, aunque la dinámica en sí muestra características comunes. La intervención del Jefe de Estado, anoche, es materia prima de alta calidad para hilvanar el análisis y una lectura crítica y profunda del entorno político nacional. 1.- En primer lugar, esta ruptura no responde al molde clásico de un quiebre entre un gobierno y la oposición; es un choque de trenes entre un gobierno que se instaló hace apenas dos meses y el partido que aupó su ascenso al poder. Eso explica el descuadre, la desorientación y la sorpresa generalizada entre muchos militantes que han sido parte integrante del proceso político de la última década. 2.- La razón de la ruptura es otro detalle por tener muy en cuenta. Si se lee el mensaje de anoche del presidente Moreno, un eje profundo y sorprendente cruza por todo su discurso, que a ratos mostró ribetes dramáticos: la denuncia directa a los actos de corrupción durante el gobierno anterior. La exhortación presidencial fue clara: tolerancia cero, para lo cual la prensa pública y privada, las autoridades judiciales, los entes y órganos de control y la ciudadanía en general deben actuar sin temor contra este mal social, que está profundamente enquistado en los ámbitos público y privado. 3.- Un tercer elemento sobresale en este nuevo escenario de choque de trenes. Y tiene que ver con la ética política y la moral pública. Al abrir fuego contra la corrupción que se denuncia y al colocar su mira crítica al más alto nivel de gestión de la administración anterior, el gobierno de Lenín Moreno se apalancó en un concepto que a la vez se convertirá en su camisa de fuerza: lealtad no es sinónimo de impunidad, ha dicho, y anclarse a la verdad es la mejor fórmula para sostenerse a flote y mirar a la cara a un país que está ciertamente harto de que se le digan muchas verdades a medias -o sea, mentiras-, donde la impunidad y la inescrupulosidad se convirtieron, poco a poco, en una vulgar virtud política. Finalmente, está el momento del choque. No han pasado ni tres meses de gestión y la profunda ruptura -surgida desde adentro- ha colocado al gobierno de Lenín Moreno ante una indefectible línea de acción al futuro: no tiene otra opción que seguir mirando hacia adelante. (O)