América Latina nunca antes estuvo mejor. Sus cifras macroeconómicas y sociales indican profundos cambios, aunque insuficientes para el largo proceso de coloniaje capitalista que la colocó como la región más desigual del planeta. Y estando mejor no es el nivel que se merecen ni requieren sus pobladores. Al contrario, falta mucho por hacer y en eso juegan un rol preponderante las élites: si no dejan de torpedear los cambios y piensan más en los pueblos que en sus cuentas bancarias, otra será la historia. El modelo de democracia para América Latina, tal como lo diseñaron en su momento los ‘expertos’ del Consenso de Washington, sostuvo gobiernos por más de dos décadas, con alternancias y reelecciones, pero siempre con el mismo esquema. Solo cuando emergieron las fuerzas progresistas y presidentes con un plan de gobierno soberano, democrático, participativo, para reducir la pobreza y redistribuir la riqueza la región adquirió otra dimensión de su potencialidad y de sus capacidades políticas. Paradójicamente, esas élites ahora están de regreso de la mano de fuerzas que se llaman de izquierda. Dicen estar en contra del extractivismo y propugnan un modelo económico liberal. Y para eso han desatado todas las campañas de desprestigio, exacerbando las debilidades de los gobiernos progresistas, pero sobre todo financiando movilizaciones, medios y ONG. Con todo ello lograron crear falsas percepciones e infundir miedos para generar zozobra. Además, quisieron socavar la imagen y el prestigio de los mandatarios, sin descontar esos intentos de golpe y asesinato. Y como no han podido concretar sus planes, ahora usan organizaciones sociales, dirigentes gremiales y medios de comunicación con más virulencia que nunca. Eso explica esa ‘ocurrencia’ de desmontar los procesos constituyentes para ‘volver a la democracia’ y crear las condiciones para el retorno del modelo regenerado del Consenso de Washington. (O)