Los problemas reales y profundos del Ecuador no están ni en el gasto fiscal ni en el desarrollo institucional del nuevo Estado. Quizás estos dos asuntos son los de mayor interés de un sector político y económico, pero no del “pueblo llano”, ni de quienes desean, profundamente, defender, impulsar y potenciar la transformación de la estructura productiva y conseguir mayor igualdad social.      Y aunque esos dos asuntos son parte de este deseo, no hay que olvidar que para contar con el Estado actual y un gasto fiscal soberano hubo fuertes presiones, una campaña firme y sostenida, cobijada en valores liberales y consignas conservadoras desde espacios y grupos con protagonismo político en los medios privados y comerciales. Es lugar común decir que el Ecuador de 2016 no es el mismo de 2007, pero es tan cierto, en muchos aspectos, que para las nuevas generaciones parecería que lo actual formara parte del paisaje de toda la vida. Pero también es cierto que  algunos sectores pensaron que en menos de una década (con un liderazgo fuerte y un conjunto de leyes e instituciones) podíamos vivir ya en el paraíso terrenal. Y no ha sido fácil: en el campo de la política real, empezando por la Constitución y pasando por cada una de las leyes aprobadas, hubo una estrategia para impedir su aprobación y aplicación. Por tanto, estos 9 años han sido de una politización intensa y provechosa: sabemos quiénes defienden qué y dónde están ahora los que se autodefinían como demócratas y revolucionarios (algunos este lunes se darán cita en Cuenca junto a los líderes de la derecha nacional más conservadora). Y también sabemos de las posibilidades que otorga la estabilidad democrática y la gobernabilidad legítima bajo el sustento del voto popular y de la aprobación mayoritaria de todas las medidas adoptadas hasta ahora. ¿Hace falta más? ¿Más democracia y articulación entre el Estado y la llamada sociedad civil? Sí. Faltan obras, políticas públicas, recursos y creatividad en ciertas tareas. También falta renovación política en los movimientos sociales y un mejor entendimiento de los retos colectivos más allá de las posturas corporativas. Todo eso falta, pero nada de aquello se logrará si tenemos como referente de transformación el argumento político de la actual oposición, que no ofrece ni una sola fórmula para mirar y dar el salto hacia el futuro. Si todo el debate político se concentra en cómo dar ese salto para potenciar políticas públicas, transformar la estructura productiva y buscar cierto grado de autosostenibilidad en nuestra economía otro debe ser el libreto del año que empieza y que estará marcado por la disputa electoral a todo nivel. (O)