El reloj político, implacable verdugo a la hora de ajustar cuentas, puso su minutero subre la nuca de Alianza PAÍS (AP). Lo que ve el país este momento no es producto del azar; es un proceso de caída libre de la otrora organización monolítica que por una década poseyó el poder. Desde que empezaron a abrirse las grietas en AP, un segmento del electorado que no votó por Lenín Moreno lo animó a decir “chao”. Para ellos, quedarse era sinónimo de decadencia. El Presidente no cayó en la tentación; sabe que la derecha domina las artes de la distracción y el oportunismo. Y para calmar sus demandas exige todo; no acepta matices. ¿Pruebas? El programa económico, que aunque acogió el 86% de peticiones empresariales, se cuestionó de cabo a rabo, sobre todo desde los gremios comerciales de Guayaquil y Quito. Hoy, la resistencia de Moreno a la facción correísta muestra que el Mandatario tiene sentido de pertenencia hacia AP. Después de todo es uno de sus fundadores. Junto con Correa patearon el tablero electoral y vencieron a una de las grandes fortunas del país. Desde su cargo dio visibilidad a las personas con discapacidad, obra vital. Luego se postuló y ganó la Presidencia. Por tanto, Moreno integra el ADN histórico de AP y lucha por su estadía allí. Aparte de este factor, existen razones pragmáticas para estar dentro de AP. Si la consulta se materializa, el Ejecutivo requiere de una estructura partidista para promover el Sí. De lo contrario, ¿quién se inscribirá en el Consejo Nacional Electoral para acceder a las franjas publicitarias? En el supuesto de que pierda el control de AP, Moreno tendría que ver a otras latitudes, en cuyo horizonte flamean las banderas del PSC y CREO. ¿Eso es lo que quiere Correa para comprobar que el Presidente se entregó de pies y manos a la derecha? Tampoco es aislada la jugada de Gabriela Rivadeneira y Ricardo Patiño. Quien controla la Presidencia del movimiento, lo administra. Y no pueden permitir que AP haga campaña por el Sí; eso acarrearía la desafiliación de Correa y sus seguidores no tendrían otra ruta que seguirlo, lo cual les debilitaría más. ¿Cómo promoverían el No? Y más importante todavía: ¿cómo enfrentarían las seccionales de 2019 y las generales de 2021? ¿Con nuevo partido? Esto es un cuesta-arriba tenaz. Además, el control de AP tiene otra utilidad práctica frente a la consulta popular, otra de las tantas madres “de todas las batallas”. Tal parece que AP se convirtió en lo que siempre aborreció: un partido tradicional. Envuelto en una lucha intestina, ante los ojos absortos de los ecuatorianos, dilapida el capital político que atesoró durante diez años. Es un conflicto que hace frotar las manos de quienes siempre perdieron las elecciones en la década pasada. (O)