El imaginario que liga a lo privado como garantía de buena educación, desequilibra la balanza en el Perú. Un reporte reciente de Datum, dice que el 58% de padres limeños, si pudieran, escogerían la educación privada para sus hijos. Detrás de esa aspiración, los factores que ejercen influencia son varios y terminan por retratar no solo las brechas económicas y organizativas entre lo público y lo privado, sino además un clima de desconfianza hacia la institucionalidad estatal. La primera década del 2000 significó un tiempo de migración estudiantil: hasta 2011, un 25% del total de alumnos estaban matriculados en centros privados,  casi el doble del 14% que estos centros recibían apenas iniciado el siglo. Una modificación de la preferencia que, sobre todo, tuvo eco en la educación inicial y primaria y colocó al Perú a la cabeza de los países de la región en los que más se había experimentado este movimiento. Para el Dr. César Guadalupe, Presidente del Consejo Nacional de Educación y especialista en la materia, la inclinación de la balanza hacia lo privado se explica en distintas dimensiones. “Entre el 90 y el 2000, la educación pública peruana se derrumba como parte del colapso general que vivía el Estado: se instala el imaginario de que la educación pública peruana es la peor del mundo. Los rankings internacionales, las pruebas de aprendizaje, en esos años, fortalecen este discurso repetitivo, como si existiera un ranking capaz de medir el desempeño total de la educación a nivel mundial”, menciona. Esta erosión de lo público coincide con un crecimiento económico sostenido: durante los últimos quince años aumenta progresiva y dimensionalmente la capacidad adquisitiva de las familias peruanas. La oferta educativa se multiplica frente a la escasa demanda y sobre el terreno fértil de la Constitución que liberaliza la competencia educativa tras el lucro. Ese desplazamiento, sin embargo, no distingue la heterogeneidad sobre la que se ha  construido la educación privada. “Tradicionalmente y hasta el 90, lo privado en el Perú estaba asociado con la educación religiosa: las élites económicas y algunos sectores de la clase media, ocupaban esos establecimientos”, indica el Dr. Guadalupe. Pero en la última década, la diversidad de lo privado ha tomado tintes irregulares: la infraestructura, la preparación de los maestros y el peso de los criterios de padres y dueños de estos centros sobre las mallas educativas, son algunos de los elementos que han problematizado la formación de los estudiantes en este sector. Ahora mismo, en Lima, unos 5.680 centros educativos iniciales, primarios y secundarios, privados, superan de lejos a los 1.795 centros públicos. Hasta el año pasado, el número de alumnos matriculados en las opciones privadas y públicas, casi era el mismo. Sin embargo se calcula que un 12% de estos centros privados funciona, todavía, de manera ilegal: no han cumplido los requisitos necesarios para poder recibir alumnado. La Dra. Liliana Muñoz, Vicedecana de la Facultad de Educación de la Universidad Peruana Cayetano Heredia,  observa esta relación entre lo público y lo privado desde la formación de los docentes. “Los maestros que se preparan en centros y universidades privadas, generalmente, optarán por postular a centros educativos privados y probablemente, estos colegios privados procuren maestros con estas características, conocemos, quienes hemos ejercido la enseñanza, que el maestro de la escuela pública, muchas veces, trabaja también en escuelas privadas y en ellas deja su mayor esfuerzo y atención”, indica. Las mejoras para la educación pública en estos años, no han sido pocas. En el año 2000 el gasto público en educación era de 1543 millones de dólares, y hoy supera los 8.000 millones. La inversión por alumnos pasó de ser de 300 a 1.100 dólares al año. Hasta el año 90, el sueldo de un maestro bordeaba los $50, hoy se ubica en 600. Estos avances, sin embargo, resultan limitados frente a un panorama educativo estatal caracterizado por una organización, a ratos, poco efectiva debido a la centralidad a la que obedece. La conexión entre las necesidades del estudiante y las respuestas institucionales se torna difícil ante varios intermediarios, algo que en la educación privada está resuelto no solo por el bajo número de alumnado por cada centro, sino porque en última circunstancia quien toma las decisiones es el dueño. “La educación pública se ha vuelto poco flexible, tenemos un Estado que cumple el papel controlador, ante el que el profesor es apenas un ente aplicador de iniciativas ajenas a él,  por eso, en algunos establecimientos privados se desarrollaron formas propias de acercar a los estudiantes al aprendizaje y los resultados han sido positivos”, indica la Dra. Muñoz. Aun así, la educación pública ha tenido un repunte importante en los últimos años. “Toda la evidencia que tenemos habla de un progreso paulatino en la educación pública, del lado de la educación privada, sin embargo, ese repunte no ha sucedido, el aparecimiento de centros educativos sin las adecuadas condiciones ha jalado hacia abajo la calificación de los centros privados tradicionales para la educación de las élites”, menciona. Este repunte no ha logrado desplazar  el criterio que asocia a lo privado con la calidad educativa. La reciente protesta de maestros, que paralizó por casi dos meses a las escuelas públicas ha vuelto a poner la tela de desconfianza en la educación estatal. Reforzada, además, por un imaginario que acerca a la formación privada con una garantía social que supera el tiempo en el aula.  “Esa diferencia hay que mirarla con cautela: quizá la selección en unas universidades busca a estudiantes con más ventajas simbólicas que otros, así que la diferencia no solo la pone la universidad, sino es resultado de políticas de selección. Eso hace que las mediciones del retorno laboral, por ejemplo, sean muy complejas, no hay forma de controlar o medir ese capital social sobre el que operan las selecciones de alumnos”, menciona el Dr. Guadalupe. Salvo, algunos casos, el retorno económico laboral para el grueso de la población peruana es bajo, de lo que se entiende que la vinculación entre lo privado y un mejor lugar en la sociedad es una verdad a medias. Los procesos de movilización social que han operado en los últimos años han empoderado la voz del padre de familia como la voz de un consumidor de la mercancía educativa. Lo privado ha respondido a eso con una diversidad de resultados. Desde lo público, la respuesta ha sido lenta. Si en 1999 existían 3,7 millones de niños en la primaria estatal, hoy, llegan a 2,5 millones, sin embargo, el número de maestros en estos mismos años ha crecido, ubicándose ahora en 145.000 maestros. (I)