Los guayaquileños aún disfrutan de los tradicionales ‘raspados’
El hielo picado se derrite en la boca de niños y adultos, mientras el paladar degusta los típicos sabores de fresa, menta, piña y rosa.
Con ese toque especial de leche condensada, los guayaquileños quieren escapar del intenso calor originado por el imponente sol que incendia a la urbe.
Julio Barahona, de 60 años de edad, es ‘prensadero’ desde hace 40. Él empuja su triciclo a paso lento. Cuenta que los granizados son una tradición en la ciudad. Lo saborean niños, jóvenes y adultos.
Sus asiduos clientes son los alumnos del colegio Leticia Alvarado Avilés, ubicado en la 8a y la 4a (sector Cristo del Consuelo).
“Soy prensadero y lo hago desde hace décadas; mi padre también lo era; este trabajo es mi vida y me gusta mucho. Gano lo suficiente para mantener a mi familia y comprarme mis cosas”, asegura don Julio, quien vende 60 vasos por día, en 50 centavos.
Comenta que los raspados son parte de la historia de Guayaquil, que no importa si hace frío o llueve porque siempre vende, así sea uno. “Hace años vendía en el centro de la ciudad, pero los policías metropolitanos nos desalojaron”.
Carlos Andrés Solís, de 57 años de edad, lleva 14 trabajando como refresquero en la ciudadela las Acacias, al sur de la ciudad.
Asegura que este trabajo no le ha dado riquezas, pero si le ha permitido mantener a su familia.
Los refrescos favoritos son los de tamarindo y de rosa.
La esquina donde él trabaja (en las Acacias) es muy concurrida y los refrescos tradicionales los más apetecidos por los transeúntes.
Jimmy Peralta, de 37 de edad, conoce a Solís desde hace 20 años. Es un fiel cliente. “Me agrada ver cómo esta tradición no se pierde. Veo a diario pasar la carretilla con las botellas repletas de jugo; la máquina de raspar el hielo y a la gente que busca comprar los refrescos. Creo que es una tradición que no muere porque la ciudad es muy caliente y la gente siempre demanda del ‘prensadero’.