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El Telégrafo
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LOS DAÑOS MATERIALES Y EN VIDAS HUMANAS QUE CAUSAN LOS ANEGAMIENTOS SON INCUANTIFICABLES

La posibilidad de una ciudad verde

La semana pasada, un torrencial aguacero inundó a la ciudadela Urdesa, en el norte de Guayaquil. Esta zona es propensa a la acumulación de agua lluvia.
La semana pasada, un torrencial aguacero inundó a la ciudadela Urdesa, en el norte de Guayaquil. Esta zona es propensa a la acumulación de agua lluvia.
Foto: Henry Andrade/El Telégrafo
18 de enero de 2016 - 00:00 - Xavier Flores Aguirre*

Las inundaciones en la ciudad de Guayaquil son un problema recurrente. Unos inviernos más, otros inviernos menos, pero en temporada invernal lo usual es que Guayaquil sufra de inundaciones. El Alcalde ha dicho que la ciudad “está preparada para enfrentar cualquier eventualidad que pudiera ocurrir a consecuencia de las fuertes lluvias”.

Sin embargo, esta opinión del Alcalde contradice el Diagnóstico del Sistema Ecológico Ambiental del cantón Guayaquil, que forma parte del Plan de Ordenamiento Territorial elaborado por la propia Alcaldía el año 2011. Así, se trata de un documento oficial de la Alcaldía de Guayaquil, que el Alcalde, como su máxima autoridad, no puede no tener en su conocimiento, salvo extrema negligencia. El diagnóstico ambiental del cantón Guayaquil consideró a las inundaciones como un riesgo grave y recomendó la construcción de obras para su prevención: “El riesgo de mayor importancia para el cantón es el riesgo de inundación, debiéndose prever en el futuro obras de control de inundaciones”.

El diagnóstico ambiental del cantón Guayaquil recomendó, entre otras, 3 tareas que la Alcaldía debía emprender para la prevención de inundaciones. Dos son obras físicas: establecer bordes de protección de por lo menos 25 metros a cada lado de los cuerpos hídricos sin tratamiento de infraestructura y construir represas de marea ubicadas en el estuario. La tercera tarea es una reforma administrativa: “Es necesario que el departamento de Ambiente municipal replantee su esquema, incorporando una política de planificación de los recursos naturales conjuntamente con la oficina de planificación urbana de la ciudad”. Nada de esto se ha hecho. Así, la “ciudad preparada” para enfrentar las fuertes lluvias solo existe en la imaginación del alcalde.

Esto, por 2 razones. La primera, porque el diagnóstico ambiental elaborado por la Alcaldía de Guayaquil recalcó que la infraestructura de drenaje de la ciudad es deficiente, al punto de notar que “la vulnerabilidad provocada por la falta de sistemas de drenaje potencia el riesgo de inundación especialmente en las zonas populares y en las zonas urbanas consolidadas por exceso de agua, especialmente en las zonas cercanas a esteros y canales que son las zonas más bajas, y aquellos canales que se encuentran taponados o han superado su capacidad de carga de caudal”.

La segunda razón es la más importante: la Alcaldía de Guayaquil no ha puesto en práctica ni la reforma administrativa ni la construcción de las obras físicas que su propio diagnóstico ambiental le recomendó. Porque además de su deficiente prestación actual, el crecimiento del drenaje urbano de Guayaquil es costoso y poco sustentable en el tiempo. Para enfrentar las inundaciones, la opción de la Alcaldía de Guayaquil es la construcción de obras de canalización que aumentan la capacidad de los cauces para conducir el agua. Según un informe técnico especializado que la propia Alcaldía solicitó a la Corporación Andina de Fomento (CAF) y que elaboraron expertos internacionales en junio de 2013, esta opción de construcción cuesta alrededor de $ 7 millones por km², cuando las soluciones que incorporan el uso de los recursos naturales a la planificación del crecimiento urbano (como fue recomendado en el diagnóstico ambiental) no solo que son mucho más eficaces y sustentables que la opción escogida por la Alcaldía de Guayaquil, sino que son mucho más económicas, de alrededor de $ 1 millón por km². A esto hay que sumarle el que ninguna de las obras físicas recomendadas en el diagnóstico ambiental (esto es, ni los bordes de protección ni las represas de marea) han empezado siquiera a construirse.

El problema de fondo es el modelo de desarrollo urbano de la Alcaldía de Guayaquil. En el informe técnico especializado antes referido, se describió la ocupación urbana de Guayaquil de la siguiente manera: “lotes pequeños para las viviendas, aceras y accesos estrechos, limitadas áreas verdes, y en general una clara tendencia hacia la impermeabilización del suelo urbano”. Una ocupación urbana hecha de esta forma es la evidencia plena de un modelo de desarrollo urbano despreocupado por lo ambiental. Este dato es alarmante por varias razones, pero debería serlo en especial por una: por los daños materiales y humanos que las inundaciones, presentes y futuras, pueden ocasionar a nuestra ciudad.

Porque este no es un asunto para tomarlo a la ligera. Una investigación que se publicó en la revista Nature Climate Change en agosto de 2013 titulada ‘Future flood losses in major coastal cities’ (Futuras pérdidas por inundación en las grandes ciudades costeras) encontró que Guayaquil es una de las ciudades en el mundo peor preparadas para enfrentar las consecuencias de las inundaciones. La ciudad tendría un promedio estimado de pérdidas anuales por causa de inundaciones de alrededor de $ 3.000 millones en el año 2050, escandalosa cifra que sitúa a Guayaquil como la cuarta ciudad a escala mundial con el estimado más alto de pérdidas anuales de entre 136 ciudades costeras sometidas a análisis. Este escenario de pérdidas anuales se daría siempre que las autoridades de Guayaquil ejecuten las necesarias medidas de adaptación para prevenir las consecuencias de las inundaciones, que es precisamente lo que la Alcaldía de Guayaquil no ha hecho.

Si este escenario de irresponsabilidad se mantiene, la investigación advierte claramente que ello “resultaría en pérdidas inaceptablemente altas” para la ciudad. Ahora, la Alcaldía no ejecuta lo que su diagnóstico ambiental le ha recomendado por razones de cálculo político. No tanto porque las obras para la prevención de inundaciones requieran una inversión que podría interpretarse como un gasto innecesario (pues la prensa privada no problematizaría este hecho) sino porque tendría que cambiar el modelo de desarrollo urbano que tantos millones le cuesta a la Alcaldía (o mejor dicho, a los habitantes de Guayaquil). Esto último implicaría 2 cosas: la primera, desdecirse de su discurso del ‘otro es el culpable’ (dragado) y el ‘Dios no quiera’ (marea alta), lo que representaría un costo político. La segunda y la más importante sería la reversión del sistema de desarrollo urbano que funciona para los intereses de la Alcaldía, aun cuando no para las necesidades de los ciudadanos (ni presentes ni futuros) a los que la Alcaldía dice servir.

Por supuesto, sería injusto decir que la Alcaldía no ha hecho nada. En una de sus cadenas de los días miércoles, el Alcalde enfatizó que su administración llevaba “año y medio trabajando en obras y planificando” para enfrentar los riesgos de inundaciones. Un periodismo responsable cuestionaría a la máxima autoridad de la ciudad el contenido de esas acciones y le preguntaría cuáles son esas obras y en qué consiste esa planificación. Porque si la respuesta del alcalde es que tales obras son la ampliación de la red de drenaje urbano y tal planificación es para continuar con el patrón de ocupación urbana que se ha descrito en párrafos anteriores, el que esa sea la respuesta es, precisamente, el problema. Y es que, en rigor, el alcalde no podría responder otra cosa.

La solución es hacerlo distinto a lo que ha hecho la Alcaldía de Guayaquil. La ciudad debe cambiar su modelo de desarrollo urbano porque es y será cada vez más evidente, por el cambio climático y los riesgos inundaciones, que tiene notorias deficiencias. En el informe técnico encargado por la Alcaldía de Guayaquil, los expertos internacionales le recomendaron al Cabildo convertirse en “una ciudad líder en la gestión verde, inclusiva y sustentable en América latina” porque tiene la real posibilidad de hacerlo: “Guayaquil ofrece condiciones inmejorables para desarrollar soluciones integradas en el diseño urbano que combine programas de vivienda, transporte, agua potable, alcantarillado, drenaje, residuos sólidos y medioambiente [para] diseñar soluciones sustentables en el largo plazo”.

Y es que a largo plazo, ese es el camino a seguir. En lo inmediato, la Alcaldía de Guayaquil debería emprender obras físicas para enfrentar los riesgos de las inundaciones. Porque no es cierto que lo único que puede hacerse es el dragado del río Guayas, ni tampoco lo es el que estemos condenados a soportar daños, humanos y materiales, cuando llueve y coincide con la marea alta. Nada de eso es cierto, porque hay varias acciones que se pueden emprender para enfrentar los riesgos de las inundaciones, que son de entera responsabilidad de la Alcaldía: por ejemplo, se pueden construir obras estructurales como diques, bordes de protección, represas de marea y embalses, así como también adoptar medidas de prevención y reducción de la vulnerabilidad económica y social de la población.

Todas estas son acciones de entera responsabilidad del Municipio contempladas en el informe técnico y en el diagnóstico ambiental y, por lo tanto, en el conocimiento de las autoridades de la Alcaldía de Guayaquil. Si no las han querido hacer, ha sido por falta de voluntad política. Y la única estrategia efectiva para revertir esta realidad contraria a la posibilidad de convertir a Guayaquil en una ciudad verde, inclusiva y sustentable es la exigencia organizada de la ciudadanía, que proponga un debate y un curso de acción diferente para el presente y futuro de la ciudad. El fenómeno de El Niño promete (curiosa paradoja) avivar el fuego de este necesario debate con sus lluvias. (I)

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