No basta con autocalificarse y menos se concede por decreto o por herencia. Durante muchos años los analistas y académicos exigieron a todo el país encontrar, descubrir y crear liderazgos para no solo sobrellevar sino conducir a la nación hacia otros derroteros. Claro, había un pasado muy pesado de ausencia de líderes con convicciones auténticas. La diferencia de ahora es que para muchos un liderazgo fuerte cae en el estigma de populismo y con ello anulan todo análisis para entenderlo como un acontecimiento propio de los procesos históricos cuando determinados grupos o élites impiden su desarrollo. Y como estamos en plena campaña electoral parecería que de nuevo la exigencia de liderazgos salta a la palestra ante su ausencia, leve presencia y muy poca autenticidad. Que una asesoría o una consultoría trabajen con el supuesto líder no implica convertirlo en tal. Hay otros valores, premisas y condiciones mínimas para ello que no salen de un laboratorio y mucho menos por la insistencia de los medios, mensajes y propaganda. Si Ecuador requiere de liderazgos que sea para transformar la Patria, para encausar el sentimiento colectivo de bienestar común y no para garantizar los privilegios corporativos y mucho menos para sostener agendas privadas de unos grupos concretos. El liderazgo se somete a la necesidad de conducir a la nación como lo hicieron en su tiempo un Simón Bolívar o un Eloy Alfaro. (O)