Es evidente que no se trata de una simple coincidencia. Si antes fueron los grupos armados dentro de las instituciones militares latinoamericanas, ahora es con los aparatos judiciales y mediáticos. Pero detrás siempre están los mismos. Usan el arma del desprestigio, la difamación y el recurrente señalamiento de que todo lo que hacen los líderes y gobiernos progresistas termina en corrupción. Son los mismos que tienen procesos judiciales de grandes negociados y de servir a sus empresas privadas, y no al país. No cabe duda de que es una estrategia con un solo objetivo: recuperar el poder imperial, la hegemonía neoliberal y acabar con todo un período de avances sociales muy significativos, erradicación de la pobreza y soberanía nacional. No les gusta porque así no se enriquecen como antes. Y en el caso de Lula, expresidente de Brasil, viven con la angustia de que es el hombre más popular de ese país. Saben que, de haber elecciones en este instante, ganaría la Presidencia. Igual ocurre con Cristina Fernández, expresidenta de Argentina. Ahora quieren tapar las corruptelas del presente encarcelando a estos líderes. (O)