Ojo al medio
La ‘política’ del deporte se escribe con democracia
En cuanto se supo que José Francisco Cevallos sería el candidato a presidir el equipo más popular de país, saltaron los políticos y los que fungen de periodistas (aunque vivan de la política).
¿Por qué? ¿Cuál era el temor o las sospechas? ¿Por qué no hicieron lo mismo cuando un asambleísta del Prian optó por la misma candidatura? ¿Acaso con Barcelona no ha pasado antes algo parecido o peor? ¿Se olvidaron esos hipercríticos de quién preside de modo vitalicio esa institución deportiva?
Más allá de eso, la pregunta de fondo es: ¿quién eligió a Cevallos? Por un lado, habría que pensar por qué, siendo el equipo más popular, ya no solo de Guayaquil, apenas reúne menos de 3 mil socios para elegir a sus autoridades. ¿Dónde está el sentido de pertenencia de una hinchada que reclama todo y que, cuando le corresponde asumir obligaciones, mira para el otro lado?
Sin ninguna duda, el deporte, en particular el fútbol, constituye en este siglo un espacio para la masificación de cualquier tarea, negocio o acción vinculada a él. Incluso, como lo prueba hasta ahora el caso de la FIFA, se presta para el enriquecimiento (lícito e ilícito). Pero también para la exhibición popular de quienes lo ejercen o dirigen. Ya será decisión de las audiencias, hinchadas, ciudadanos o votantes, lo que hagan con esos actores político-deportivos.
Lo de fondo es que ahora los actores políticos de la oposición ecuatoriana, la más recalcitrante, ha querido usar este hecho para deslegitimar lo realizado por la hinchada de Barcelona. Si son democráticos (como cantan todos los días), ¿por qué no respetan la decisión de 1.231 socios que eligieron a Cevallos? ¿O es que, al igual que en los procesos de elección popular, lo democrático para ellos termina cuando los candidatos electos no favorecen sus propios intereses? Es complicado entender en qué consiste la democracia para estos actores políticos. Difícil, pero no cabe ya ninguna racionalidad en el debate, si desde aquellos personajes mediáticos impugnan la decisión de sus hinchas. Así actúan en todo: el pueblo elige unas autoridades, vota en un referéndum y apoya las políticas públicas, pero vienen ellos y deciden que nada de eso es válido.
¡Vaya democracia la que defienden y propugnan!
Obviamente, eso prueba, una vez más, que por encima de los cánticos libertarios hay una sola y absoluta evidencia: no creen en la democracia. (O)