Mario Campaña poetiza sobre el destino de la humanidad
Mario Campaña (Guayaquil, 1959), aquel ‘recogedor de amuletos y presagios de arena’, que se preguntaba en 1988 si la devota embriaguez de sus últimos días le permitiría el regreso, ha vuelto. Y lo ha hecho de la mano de un libro: Pájaro de nunca volver.
Este trabajo -que fue presentado en Barcelona, España, el 19 de enero de 2017-, para Campaña es el punto de llegada de una larga meditación sobre el viaje, el cual ha ido conformando desde su primer libro, Cuadernos de Godric.
“Aquí hay materiales antiguos (incluso de la época de Aires de Ellicott City, de 2006) y recientes. En su fase final se fue definiendo y adquiriendo forma en los últimos tres años. Han sido importantes mis residencias y visitas en Baltimore y París”.
En esos lugares -manifiesta- es donde más se ha acentuado su percepción de que el mundo se encuentra en pleno trance del final de lo humano y en la apertura de una era poshumana.
Convencido de este desenlace inevitable y fatídico, asegura que “a este lugar hemos ido a parar en medio de una encarnizada e ininterrumpida lucha, librada siempre en el curso de un viaje. La insolencia y el delirio del vencedor a menudo han descarrilado el proyecto humano y hoy nos llevan a todos a una aventura que tiene mucho de ultraje y de la que sin duda nadie podrá regresar”.
Pájaro de nunca volver está inscrito en una especie de ciclo que comprende, hasta ahora, todos sus libros de poemas, a excepción, quizá, de Días largos.
En él se puede notar que, aunque el personaje poético o narrador es un individuo, hay representaciones de un viaje colectivo, común, que tiene lugar después de un hecho destructivo, que afecta a una comunidad.
“En Cuadernos de Godric se trataba de una peste, que produjo una especie de diáspora; en Pájaro de nunca volver, de la desaparición de un río que arroja a la errancia a una comunidad que lo tenía como su fuente de subsistencia. En todo caso, se trata de una poetización del viaje, el de ida, el de regreso (como en Aires de Ellicott City) o simplemente de la aceptación de la imposibilidad de todo viaje, como en el libro que presento ahora”, señala Campaña.
El también director de la revista cultural Guaraguo entiende por viaje un desplazamiento que afecta la vida entera y, por tanto, a nuestro destino. “En el fondo de todo está la preocupación por nuestra existencia como individuos, grupos, comunidades y aun como especie, tal y como se perfila en esta época”.
Un crecimiento sin desvíos
Sobre la evolución de su lenguaje poético, Campaña señala que, desde su primer texto (Cuadernos de Godric, 1988) ha mantenido una unidad.
“Quizá se trate de un solo ciclo, de una sola etapa, un solo camino, que yo he hecho desde mi primer libro hasta ahora. Han sido importantes, claro, las experiencias de viaje y sobre todo las intelectuales: estudiar filosofía, estudiar a Quevedo, especialmente su obra satírica, que es la más creativa, o traducir a Mallarmé”.
En ese devenir, del que también han salido libros de ensayos, según Campaña, Aires de Ellicott City marca un punto de inflexión, en especial por su actitud frente a la lengua, que en ese texto adquirió mayor libertad, una libertad que le ha permitido sentirse más cerca de su propia escritura.
“La lengua de la infancia, de la adolescencia, de un lugar de origen, de una comunidad singular puede dar mucho a un poeta. Hace poco tuve que revisar Cuadernos de Godric, para una reedición, y me he persuadido más aún de esta unidad, que por ahora para mí tiene el aire de un fin”.
Carvajal, Ojeda, Vásconez...
Ausente del país desde 1992, se niega a dar un diagnóstico de la literatura ecuatoriana actual, aunque menciona ciertos nombres.
“Sería una imperdonable arrogancia pretender hacer un diagnóstico de la literatura que se publica en Ecuador. Hace mucho que no leo un libro de poemas de un autor ecuatoriano, aparte de la obra reunida de Iván Carvajal, un poeta e intelectual que admiro”.
“Hace poco leí Nefando, de Mónica Ojeda, y la celebré. Es una novela muy guayaquileña porque utiliza el mal como materia principal, y eso es una seña de identidad en las últimas tres décadas, un fértil caldo de cultivo de la literatura de esta ciudad; el mal que se ve y se huele en Nefando brota de las entrañas más infectas de esta época. La lengua y los recursos de Mónica son de una precisión y riqueza admirables”.
Toma como una grata sorpresa la novela de Javier Vásconez, Hoteles del silencio, escritor al que dota de una gran entereza.
“Esta novela -señala- tiene una construcción y una prosa muy maduras, y, lo que puede parecer paradójico a muchos es, en fin de cuentas, una novela sobre la inmigración, tal vez la novela latinoamericana con observaciones más profundas de las que he leído sobre este asunto tan determinante y conflictivo, especialmente para países como Ecuador”.
Lo justo para vivir
Aunque su nombre goce de prestigio -será incluido en la antología de entrevistas La orilla memoriosa- se resiste a hablar de sí mismo, “no solo por razones morales, sino de sentido común”.
“Nuestra imagen en el espejo es demasiado resbaladiza, de modo que siempre nos hace errar el tiro. Si un poeta es honesto, escribió Elliot nunca podrá estar seguro de lo que hace: él o ella puede estar entregando su vida por nada”.
Lo que sí puede decir de él es que se ha convertido en el profesional que quería ser: se fue de Ecuador para eso, para ser y vivir aproximadamente como quería. No habla de la calidad de la obra -“por supuesto que no”-, sino de que ha escrito lo que íntimamente necesitaba escribir para continuar con su propia vida.
Comenta que quería aclarar sus ideas sobre ciertas formas de existencia, sobre lo que llaman los “escritores malditos”, y pudo hacerlo escribiendo dos libros sobre ellos; era importante, asimismo, explorar la sospecha sobre la práctica de formas de dominación de las que no se habla, y que las denomina “dominación moral”, tema sobre lo cual hablará su libro Una sociedad de señores. Dominación moral y democracia.
“Lo que he escrito en poesía, insisto, ha sido lo que he necesitado para vivir. Esa afirmación de Jorge Luis Borges según la cual todos quisiéramos escribir La Divina Comedia es acertado solo en un sentido superficial”. (I)