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El Telégrafo
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“Hay cargas simbólicas que alejan al sujeto del arte”

“Hay cargas simbólicas que alejan al sujeto del arte”
01 de febrero de 2013 - 00:00

Varias constituciones, incluida la de Ecuador, garantizan el derecho a desarrollar la actividad creativa y artística de la sociedad, pero la falta de herramientas, habilidades y conocimiento limitan su pleno desenvolvimiento. Repensar nuevos mecanismos de acceso y circulación de los bienes y servicios culturales, tanto los destinados al usuario como los surgidos del artista, son unos de los retos que tiene el país en la formación de políticas públicas sectoriales para las artes y la creatividad en general.       

De acuerdo con varios estudios realizados en la ciudad de México, un grupo de personas no asiste al  teatro, al cine o a conciertos en espacios cerrados, pues se sienten “intimidados” por las grandes edificaciones donde se realizan las manifestaciones culturales, marcando un distanciamiento simbólico y físico entre el espectador y el artista. De esta experiencia habló la antropóloga mexicana Ana Rosas Mantecón, que participó en el primer Encuentro Sur-Sur: Geopolítica, Artes y Creatividades que se realizó en Quito el 28 y 29 de enero pasados.  

En este encuentro, ¿cómo ha sido la vinculación entre política y academia cuando se plantea repensar el Estado en tanto mediador de las prácticas artísticas?
Ha sido una experiencia muy enriquecedora porque uno generalmente va a actos que tienen un carácter académico, político, pero me parece que el gran logro de este encuentro es el diálogo académico con demandas sociales y con un proyecto de construcción de nación. En los talleres uno puede palpar ese espíritu de renovación y de construcción. En los acercamientos se vio que no hay improvisación, hay un gran recurso para la reflexión antropológica, histórica, filosófica.  

También se planteó en la cita revisar el concepto homogéneo y monocultural de la nación...
El modelo original de las naciones se basaba en cimentar la unidad territorial negando la diferencia. Benedict Anderson  habla de comunidades imaginadas,  donde la unidad de una nación se construía en un nosotros unicultural. Creo que el gran reto en la humanidad, y considero que Ecuador lo está asumiendo de manera emblemática, es justamente pensar la construcción de nación sobre la base de un nosotros múltiple y diverso, que requiere el reconocimiento de la diferencia.

Convencionalmente, los esfuerzos desde el Estado para fomentar las artes se han concentrado en impulsar la producción cultural, ¿qué ha pasado desde el lado del consumo cultural?
Las políticas culturales, usualmente en el siglo XX, pensaron más en la producción que en el consumo, más en el arte que en la comunicación y mucho más en los artistas que en las comunidades. Creo que cuando vinculas ciudadanía con consumo y participación cultural se abre una posibilidad de renovar las políticas culturales no solo fortaleciendo la producción cultural, sino desarrollando políticas específicas que atiendan a los ciudadanos como consumidores culturales y también como actores culturales.

¿Cómo se debería trabajar el tema de la interculturalidad en un país donde hay mucha diversidad?
El tema de la interculturalidad se articula de manera distinta a las políticas culturales que, por la forma en cómo se han desarrollado hasta ahora, no están del todo capacitadas para asumir estos retos. Requerimos renovar todo el planteamiento teórico y programático de la política pública. Cómo vamos a pensar a los ciudadanos como interlocutores, ese es el reto. Ya no se trata simplemente  de llevar un espectáculo porque sí. Se trata de pensar en los derechos de los ciudadanos que promuevan un legítimo acceso a la cultura y la participación de las comunidades.

Usted habló en su charla de la necesidad de formación y generación de nuevos públicos, ¿cómo se cumpliría esto a través de la política cultural?  
Los públicos no nacen, los públicos se forman en el mediano y largo plazo. Lo hacen por la acción de distintos agentes, entre ellos, la escuela, los medios, la comunidad circundante, la familia, las instituciones culturales. Cuando el Estado y las políticas culturales asumen la formación de públicos en realidad inciden en un área que está atravesada por contradicciones sociales. Sabemos que entre los públicos y los espacios culturales, como los museos o los teatros, hay barreras enormes que no solamente son económicas, sino simbólicas, etáreas e, inclusive, territoriales. Una buena parte de la población aún vive lejos de las ofertas culturales.  

¿A qué se refiere con las distancias simbólicas?
Por ejemplo, el teatro de la calle se dio cuenta de que a una buena parte de la población no le gustaba el teatro porque se sentía intimidada por los grandes edificios en donde se representaban las obras. Tenían la sensación de que esos edificios son para la gente que sabe o que tiene dinero, pero no para las personas de escasos recursos. Qué hace el teatro de la calle: saca su trabajo  de esos edificios rígidos y  lo lleva directamente a la población.

Entonces, ¿hablaría de una reapropación del espacio público?
Cuando trabajamos el tema de formación de públicos podemos reconocer que no es suficiente con llevar la oferta cultural a las calles, aunque sea un valor importante. Es necesario dar habilidades y recursos para que la población se relacione con esas ofertas culturales. Por un lado, que las identifique y las disfrute; el tema del placer es clave en la formación de públicos; y, por otro, que participen y dialoguen con ellas. Creo que las nuevas tecnologías han abierto enormes posibilidades para cambiar los modos tradicionales de acceso a la cultura. Es posible que no puedas entrar a un museo físico, pero puedes navegar en la página web y hacer recorridos virtuales.

¿Qué herramientas se deben trasmitir a los nuevos públicos para que tengan una interacción más amigable con las ofertas culturales?
Herramientas no solo estéticas para entender un cuadro o una obra de arte. Hay una  necesidad de ampliar la visión de la alfabetización a cómo originalmente la pensábamos, que era para leer y escribir. Hay que pensar en la alfabetización visual, de movimiento, digital. Nos sirven los programas digitales que reparten en comunidades aisladas. Hay monografías del uso de las computadores; las tienen guardadas, como un objeto sagrado, que nadie las quiere usar, o los maestros que se resisten a la introducción de una máquina que va a venir a cuestionar su autoridad, porque los niños saben mucho más que los adultos, justamente por no tener esa alfabetización digital. Cuando pensamos en formación de públicos tenemos que pensar en esta gama de problemas como el del acceso, el del uso, qué habilidades necesitamos y cómo nos relacionamos con ellas.

Menciona varias brechas que dificultan el acceso a la cultura, que tienen relación con las nuevas tecnologías, pues no todos están relacionadas con ellas...
Se habla de tres brechas: la primera es el aparato o la electricidad. Una comunidad no puede poner una computadora si no tiene luz. La de segundo orden tiene que ver con los conocimientos y la tercera brecha es la de las resistencias culturales y generacionales, que son enormes, cuando pensamos en formación de públicos. Tenemos justamente que pensar que la Constitución consagre estos derechos, necesitamos generar una serie de mecanismos para que esos derechos se hagan efectivos. No sirve decir yo tengo el derecho a la cultura, si no hay los recursos económicos para que sea demandable.

Creo que las políticas, por ejemplo, tienen que pensar en esa instrumentalización y el gran reto de Ecuador es justamente caminar en ese sentido; no es un logro menor tener esos derechos consagrados en la Constitución, pero ese es el primer paso.

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