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El grupo depuso sus armas en 1991

Arturo Jarrín, el hombre que se atrevió a soñar con una patria libre

Arturo Jarrín, el hombre que se atrevió a soñar con una patria libre
26 de febrero de 2014 - 00:00 - Por Daniel Kersffeld, especial para El Telégrafo

Ricardo Arturo Jarrín Jarrín nació en 1957 en Quito y, de acuerdo con los relatos familiares, ya desde niño se había sentido atraído por la figura rebelde y patriótica del Gral. Eloy Alfaro. En octubre de 1975, cuando estudiaba la secundaria en el Colegio La Salle, comenzó su militancia en la Democracia Cristiana influenciado por un profesor que era miembro de dicha organización política. Sin embargo, aproximadamente en junio de 1976, decidiría separarse ante la falta de una perspectiva clasista y popular en dicho partido.

En 1980, ya como estudiante de sociología de la Universidad Central del Ecuador formó parte de un grupo de análisis y transformación política de la realidad nacional: en él participaban, entre otros, Alejandro Andino, líder e ideólogo inicial, junto con Miriam Loaiza, Ketty Erazo y Hammet Vásconez. A fines de ese mismo año, el grupo presentó un documento titulado “Mientras haya que hacer nada hemos hecho” en el que por primera vez presenta sus ideales democráticos, antioligárquicos y antiimperialistas, a partir de la consideración de Alfaro como la máxima expresión revolucionaria del Ecuador.

Para dar vida al proyecto político, a principios del siguiente año Jarrín y sus compañeros decidieron financiarse vendiendo algunas posesiones individuales, adquirir una finca en Esmeraldas, repartirse diversas tareas y funciones, y enviar a dos cuadros, Ketty Erazo y Hammet Vásconez, a formarse en El Salvador. Sin embargo, y como Loaiza y Andino fueron asesinados, Jarrín quedó como el único miembro original del grupo con actuación en el país. Tiempo más tarde, y tras haber sido presidente de la Escuela de Sociología de la UCE, viajó a Nicaragua para apoyar a la entonces revolución triunfante. En uno de sus viajes estableció amistad con Jaime Batteman, líder de la guerrilla colombiana Movimiento 19 de Abril (M19), organización que resultaría en cierto modo inspiradora para su proyecto político en Ecuador.

A principios de 1982, tras haber establecido contactos de tipo personal e informal con una buena parte de grupos políticos e insurgentes, Arturo Jarrín propuso un encuentro para constituir una organización revolucionaria de carácter nacional, que finalmente pudo realizarse en el mes de agosto. Posteriormente, comenzaría la ejecución de una campaña de pintas callejeras con la consigna “1983, Año del Pueblo. ¡Alfaro vive, carajo!”. Finalmente, el 14 de febrero de 1983, en Esmeraldas, se conformó el “Frente Revolucionario del Pueblo Eloy Alfaro” (Frpea) con la participación de aproximadamente 60 activistas provenientes de todo el país, en lo que se conocería como la Primera Conferencia Nacional de Alfaro Vive Carajo.

Las primeras medidas del Frpea tuvieron un carácter organizativo ya que se estableció una estructura basada en comandos político-militares regidos por los principios de “unidad de mando”, al mismo tiempo que se creó una dirección nacional compuesta por representantes de los distintos grupos convocados. Arturo Jarrín fue responsabilizado de la obtención de recursos económicos y por su carácter de líder de la nueva organización, estableció relaciones de mando inmediato y directo con todos los comandos operativos.

Aun con fuertes debilidades organizativas y comunicativas internas, el Frente se puso en marcha con distintas acciones e iniciativas. En mayo de 1983, Jarrín propició el ingreso de nuevos miembros en tanto se realizaba un “llamado de atención” al Ministerio de Trabajo por sus “actitudes antilaborales”. En el mes de julio, su acercamiento con el dirigente Fausto Basantes, proveniente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), contribuyó al fortalecimiento de la organización, evidenciado en la recuperación de un busto de Alfaro del local del Partido Liberal. Sin embargo, esta acción con la consecuente visibilidad obtenida por el Frente, generaría una serie de problemas internos y la salida de algunos dirigentes, disconformes con la actitud asumida por Jarrín en este asunto.

Pero sería en agosto de 1983 cuando la organización se daría a conocer públicamente una vez que comandos armados recuperaron las espadas de Alfaro y de Pedro José Montero del Museo Municipal de Guayaquil. A raíz de este hecho, los medios de comunicación comenzaron a hablar de la existencia de un “grupo subversivo” al que denominaron “¡Alfaro Vive, Carajo!”. El 23 de septiembre, una rueda de prensa de la que tomaron parte Jarrín y otros dirigentes confirmó de manera pública la existencia de esta organización político-militar.

Algunos días después, Arturo Jarrín y casi una veintena de alfaristas viajaron a Libia para recibir entrenamiento militar, gracias a un acuerdo político con el gobierno de Muamar Gadafi, con lo que Fausto Basantes y Édgar Frías asumieron la comandancia de AVC durante la ausencia de su principal ideólogo. Sin embargo, y como Basantes, Rosa Mireya Cárdenas y otros dirigentes fueron arrestados en octubre por tenencia ilegal de armas y asociación ilícita, Frías quedó al frente de la organización. Cuando Jarrín retornó a Ecuador, en febrero de 1984, encontró al alfarismo con una estructura endeble aunque también en plena campaña por la construcción del Frente Antioligárquico, opositor a la candidatura presidencial de León Febres-Cordero. En este contexto planteó la necesidad de trabajar en zonas rurales para reforzar el armado del frente guerrillero.

En plena campaña electoral, las iniciativas del grupo guerrillero fueron cada vez más notorias hasta que a mediados de junio de 1984, tras un asalto al Banco del Pacífico, Jarrín y otros compañeros fueron detenidos y torturados por la Policía. El 10 de agosto, día de la asunción presidencial de Febres-Cordero, la organización realizó la ocupación simultánea de varias radiodifusoras a nivel nacional, y el 2 de noviembre tomaron la redacción del diario HOY para dar a conocer una proclama destinada a la conformación del Frente Antioligárquico y a la difusión de su propio plan de gobierno.

En 1985 se registraron los golpes y operativos más audaces de la guerrilla alfarista, como la irrupción en la bodega de la Policía Nacional con el fin de robar una gran cantidad de armamento, en tanto que las principales fuerzas se destinaban al Frente Militar Rural. A fines de abril, la organización realizó una sofisticada operación para liberar a Jarrín y otros compañeros del Penal García Moreno cuando desde un local comercial vecino, se hizo un túnel de más de 100 metros: el líder de AVC finalmente huyó un domingo a las 6:30 hs, mientras los guardias cambiaban de turno y los demás presos se alistaban para el desayuno.

En agosto, luego de realizada la “Segunda Reunión de Mandos”, se llevó a cabo exitosamente el secuestro del empresario Nahim Isaías Barquet: el 31 de ese mes la casa en la que estaba retenido fue cercada y, dos días más tarde, bajo órdenes directas de Febres-Cordero fue atacada por comandos especiales de las Fuerzas Armadas, sin que se registraran sobrevivientes.

Mientras tanto, el 16 de septiembre AVC tomó una serie de radios en todo el país para convocar a la lucha popular contra el gobierno, al mismo tiempo en que se ocupaba la embajada mexicana para anunciar públicamente el rechazo a la ruptura de relaciones políticas con Nicaragua. En el mes de noviembre, la realización de la Segunda Conferencia Nacional de la organización evidenció fuertes tensiones y conflictos internos. Molesto con la actitud de algunos participantes, Arturo Jarrín decidió abandonar las reuniones, aunque posteriormente y en un nuevo encuentro político, AVC reconfirmó a él, a Basantes y a Vásconez dentro de su cúpula directiva. Por último, se decidió fortalecer la línea política por la construcción de una “democracia en armas”.

1986, sin embargo, sería un año de profundos cambios dentro de la organización como resultado de la eliminación física, por una emboscada, de Fausto Basantes, el Comandante N° 2. En los meses siguientes, y al margen de operaciones de propaganda, la labor de AVC se orientó a la consecución de los recursos necesarios para la fuerza militar rural que, por ese entonces, estaba establecida en el Valle del Cauca, en Colombia, y que junto con fuerzas de ese país, y de Perú conformaba el “Batallón América”. Con todo, la organización se vería seriamente debilitada tanto por la detención de un alto número de sus miembros como por la eliminación directa de varios dirigentes, como fue el caso de Hammet Vásconez. Mientras el gobierno triunfaba en los medios al otorgar un carácter “terrorista” a la organización, que era diezmada por Grupos de la Muerte especialmente entrenados, la vida de Arturo Jarrín, el único sobreviviente de los altos mandos de la entidad, peligraba cada día más ya que por información certera sobre su paradero se ofertaban cinco millones de sucres.

Con documentos falsos a nombre de Milton Cervantes Suárez, Jarrín huyó a Panamá con la intención de seguir viaje a Cuba o Yugoslavia, pero en la noche del 24 de octubre fue arrestado por agentes del servicio de inteligencia del gobierno de Manuel A. Noriega cuando salía de un local de teléfonos. 30 horas más tarde fue entregado a oficiales de las fuerzas de seguridad ecuatorianas, quienes lo trajeron de vuelta al país. A los dos días, su cuerpo apareció sin vida en el norte de Quito, con varios impactos de bala y muestras evidentes de tortura. Pese a ello, el gobierno, directamente implicado en su muerte, afirmó que el líder de AVC había muerto en un combate con la Policía capitalina. Según los informes de la Comisión de la Verdad, se trató de una ejecución extrajudicial.

La muerte de Arturo Jarrín fue el más duro golpe recibido por AVC en toda su historia, ya que con su pérdida desaparecía también el líder cuyo carisma creaba la apariencia de uniformidad en la heterogeneidad y de coherencia en el desacierto. Con todo, la organización persistió en su lucha hasta la llegada del régimen socialdemócrata encabezado por Rodrigo Borja, gobierno con el que negociaron la entrega de las armas y un acuerdo de paz, finalmente rubricado en 1991. Más allá de que desde el poder se lo quisiera catalogar como un simple “delincuente” o “terrorista”, la memoria popular guardaría todo su respeto, cariño y sensibilidad para con este otro guerrillero heroico, duramente combatido nada menos que por atreverse “a soñar con una patria libre”.

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