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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Todos debemos leer a Le Guin

10 de octubre de 2018 - 00:00

Ursula K. Le Guin fue una de las escritoras más fantásticas que nos ha dado la literatura. Aunque generalmente encasillada dentro de la ciencia ficción, Le Guin lo hizo todo: ciencia ficción, fantasía, poesía, ensayos, traducciones y discursos tan contundentes como críticos.

Pero sin duda, su ciencia ficción es maravillosa. No es solo el uso del lenguaje, las historias que cuenta y los mundos que creó. Es la composición de una idea, la exploración de lo que somos en una realidad ajena a la nuestra pero, a su vez, un espejo. Un maldito espejo que nos desenmascara.

Los mundos imaginados de Le Guin no son el fin sino un vehículo para explorar al ser humano; una maravillosa etnografía desde la ficción. Su ciencia ficción es una metáfora en la búsqueda de “la verdad”. En La mano izquierda de la oscuridad, Le Guin nos lleva a Gethen, un planeta donde todos los individuos son andróginos, algo que utiliza para explorar los efectos del género en la cultura y la sociedad. Eliminó el género “para ver qué quedaba”.

En la utopía de Los desposeídos estamos en Anarres, una sociedad anarco-sindicalista de donde el protagonista sale para colaborar en una universidad en un mundo capitalista y patriarcal. No hay panfletos para Le Guin. Solo posibilidades por explorar, con sus matices, con sus realidades, con sus lenguas, con sus culturas y sus ambigüedades.

Le Guin también fue crítica de la industria editorial. Mostró su objeción a Amazon sobre el control que tiene sobre lo que publica. “La censura por el mercado o por el gobierno son igual de peligrosas, y devastadoras para el arte”. Ha peleado con Google por su digitalización de libros con copyright. “La libre y abierta diseminación de literatura (...) debe existir, pero no la podemos tener a menos que el material continúe controlado por aquellos que lo escriben”. Le Guin entendía a los libros no solo como commodities, sino como actos de resistencia que siempre empiezan con el arte. “Vivimos en el capitalismo, y su poder parece ineludible (...), pero así también parecía el poder divino de los reyes”.

Es esa visión de resistencia la que no se extingue y es ahora, más que nunca, la que necesitamos recordar. Recordar su feminismo, uno de vivir “sin dominar ni ser dominados”. Recordar su amor por la palabra, cuya recompensa no puede ser las ganancias, sino la libertad. Y recordar lo importante de la resistencia de la palabra. “Después de todo, los dictadores siempre han temido a los poetas”. (O)

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