En ese afán de encontrar un líder (otro, sería lo más adecuado decir) la oposición política ecuatoriana se ilusionó con Mauricio Rodas. Y ya se sabe qué pasa con las ilusiones. O con los ilusionismos, para hablar con propiedad.
Cuando en febrero de 2014 el presidente de SUMA ganó la Alcaldía de Quito hubo una euforia inusitada en periodistas, analistas, políticos y hasta académicos. Si alguien hace una revisión de todo lo que se dijo y escribió (en particular habría que oír de nuevo a 2 radiodifusores quiteños y leer los artículos de 2 “flacsianos”) queda probado el primer párrafo de este artículo.
Hoy cambió mucho esa emoción, ilusión o como quiera llamarse. Tanto que la misma vicealcaldesa, Daniela Chacón, toma distancia de su “líder máximo” y se asume como una urbanista “progre”, que oye a los especialistas, se reúne con los urbanistas de alta alcurnia de la ciudad, pero no dice nada de los moradores “pobres” del barrio Bolaños.
Pero no solo ocurrió con Quito y Rodas: en varias ciudades del Ecuador los alcaldes elegidos en febrero de 2014 bajaron notablemente su credibilidad, acarrean problemas de gestión (no precisamente por falta de plata o atrasos del Ministerio de Finanzas), sus propuestas de campaña se quedan en medio camino y al mismo tiempo cuentan con un apoyo editorial y periodístico que camufla, ignora u oculta estas realidades (y en otros casos las justifica).
Y ahora, ad portas de la lid electoral, se repite la historia: esos mismos analistas, periodistas, académicos y políticos creen haber encontrado a los líderes que cambiarán la historia, del mismo modo que imaginaron en febrero de 2014. La diferencia: hasta ahora la disputa por el líder único atraviesa por la existencia de varios candidatos, aspirantes y prospectos que no llenan todo los requisitos del manual del buen candidato o del libro El arte de ganar, de Jaime Durán Barba y Santiago Nieto.
Entonces, en el supuesto no consentido de que gracias al apoyo mediático, el “agotamiento” de un modelo o lo que sea el próximo año tengamos a un “Rodas” en la Presidencia, ¿podríamos experimentar en todo el país lo que ahora acontece en Quito? ¿La clase media tendrá el mismo desasosiego, desconcierto, frustración y dolor por la decisión tomada desde unas pulsiones y fobias con cierto “quemeimportismo”?
Y tienen razón algunos analistas responsables al diagnosticar el mapa o la foto de las encuestas de los últimos días y al mismo tiempo evidenciar la lógica política que hay detrás de la proliferación de candidatos a la Presidencia de la República: son solo nombres y membretes; no hay renovación, mucho menos ideas nuevas y tampoco ilusiones movilizadoras para que la gente se encante con la posibilidad del cambio hacia un nuevo porvenir.
Guste o no, hace 10 años se propuso una transformación que tuvo lugar en un proceso constituyente que aún no termina, al cual le faltan algunos hechos, leyes y políticas públicas, pero de ahí a decir que se debe partir de cero o que “se vayan todos los verdes” y refundar la nación hay una distancia enorme. ¡Esa es la cuestión!
¿Quito se ha refundado con Rodas o a él le ha tocado terminar una serie de obras pensadas e iniciadas por Augusto Barrera? ¿Tiene la capital un plan real, inteligente y encantador para transformar la ciudad o solo se reduce a embellecer los parques, pasarles una mano de pintura azul cardenillo, organizar un “Agosto, mes de las artes” como pálido remedo de lo peor que hizo un alcalde en los noventa y al inicio de este siglo? ¿Han bajado los impuestos y tenemos ahora unos “prósperos negocios” gracias a que no hay patentes “caras”?
La realidad es terca. Las cifras son incuestionables. El sentir de la gente dice mucho. Y las encuestas apenas son un reflejo de todo eso.
Hoy vivimos las consecuencias de decisiones tomadas desde un discurso vacío, banal, reactivo y poco sustancioso. No solo Quito atraviesa por esta situación. El problema de fondo es que la sustancia política real no está en cómo se disputa el poder o desde qué argumentos se propone un cambio. Al contrario, gracias a una estructura mediática y unos argumentos discursivos reiterados volveremos a vivir la falsa ilusión de que “lo mejor está por venir”. Entonces ahí tendremos de nuevo a unos candidatos, tal como ocurrió con Rodas, que sin mucha solvencia intelectual, con unas formas y unos modos ‘marketeros’ de hacer política, saldrán al terreno de la política sin un programa de gobierno responsable.
Si de verdad queremos otra opción, una respuesta sólida a los problemas actuales (que ya no son los de 2006) y una contundente propuesta para darle seguimiento profundo al proceso constituyente iniciado en 2007 entonces habrá que descartar esas candidaturas que al estilo Rodas son solo cáscara y no sustancia.
Y eso pasa por demandar a los ya adelantados y madrugadores candidatos una campaña seria, no solo que se conduzca desde el “todo al tacho de la basura” o poner fin al “correísmo”. Todo eso repica el discurso de los liberales de la segunda década del siglo XX cuando querían desterrar todo vestigio del alfarismo y ya sabemos qué pasó después, cómo devino la Revolución Juliana tras una década y media de empobrecimiento extremo, persecución mortal y un enriquecimiento desmedido de las élites oligárquicas.
Ya sabemos dónde termina todo ese discurso. La prueba está a la mano en Argentina. Y quien mejor lo puede explicar es el asesor de campaña del mismo Mauricio Rodas. (O)