Ayer fue un día como ningún otro. Miles de mensajes, de fotos, de recuerdos, de frases bellas y tristes, de abrazos y de lágrimas. De todas partes del mundo (literalmente de todas partes del mundo) llegaron mensajes cargados de dolor y algunos de abatimiento. Las canciones de Silvio y de Pablo, como de Víctor Jara y Mercedes Sosa, se entonaron para calmar el dolor. Llenaron los buzones de los correos electrónicos frenéticos enfoques de la vida, los grupos de Whatsapp no dejaron de repicar desde el momento que se conoció de la muerte del gigante de América. Claro, el mejor heredero de José Martí había muerto.
Ayer se nos fue uno de los militantes de izquierda más lúcido del planeta. Solo comparable con Lenin, el Ché o Mao. De hecho, Fidel dio continuidad a la lucha de eso tres grandes revolucionarios, hombres convencidos de que la transformación acarrea sacrificios y gran entrega de vida y pensamiento. Y lo hizo frente a un adversario poderoso, sin someterse jamás, sobreviviendo a los más de 600 intentos de asesinarlo.
Hoy se conocerán muchos detalles de su vida, de su lucha, de todo lo que hizo para que su pequeña isla sea sujeto de dignidad y nobleza, de orgullo y autodeterminación política. Pero también habrá detractores que saquen lo peor de sus almas y, como ya ocurrió desde ayer, no solo que festejan la muerte de un ser humano sino que inundan de rencor y odio las redes sociales, revelan cuánto veneno guardan en sus almas.
La historia lo absolvió y ella también lo coloca ya en uno de los lugares más destacados. Un sinnúmero de hechos explican por qué es y será uno de los hombres más importantes del siglo XX. Esa centuria no se entiende sin su lucha ni tampoco se podrá enseñar en el futuro sin todas las virtudes de quien no midió tiempo ni obstáculos para afrontar los retos de su lucha.
No se trata de un final, aunque la muerte siempre nos conduce al cierre de unos ciclos.
Esperábamos esta noticia desde que supimos de su enfermedad. Pero también albergábamos la esperanza de verlo por más tiempo, de que sus artículos iluminaran la complejidad de esta época. Y se nos ha ido con la paz de su conciencia, de haber sembrado suficiente y con savia todo el devenir del planeta. Porque les guste o no todo lo que hizo fue por la emancipación de América Latina y de los pueblos dominados por las grandes potencias militares. A ellas se las enfrentó sin ningún temor, con gran osadía e inteligencia. Y de ellas recibió respeto y consideración porque sabían la clase de mandatario, estadista y presidente que era.
¿Qué nos queda de Fidel? ¿Hasta dónde su incansable lucha nos alcanza y nos cobija? ¿Qué podemos hacer con su legado?
Para los revolucionarios no hay otra consigna que seguir luchando, tomar todo lo mejor que Fidel enseñó para transformar la realidad a favor de los pobres, de trabajar todos los días como si fuese el primero de la emancipación y no cesar en algo muy profundo: en la modestia y en la ética de los revolucionarios, por más que ahora los vientos de la derecha, de los conservadores, de los libertarios y de los supuestos izquierdistas sean la tónica del momento.
Quedan muchas tareas pendientes, no solo en su país que ya vive otro momento, sino en la humanidad entera. No es posible sostener un modelo de vida, económico o social donde prima el mercado a favor de quienes tiene plata. Fidel lo denunció de muchos modos, pero también tuvo una visión de lo que sería el planeta si no se lucha para que sea más justo. Combatió esa idea de progreso donde parecería que solo es cuestión de tiempo para que se “abran las grandes alamedas”. Al contrario, en sus últimos escritos advirtió de todas las amenazas para la humanidad gracias a su lucidez porque entendía cómo se mueven los resortes del poder mundial.
En adelante entramos en otra etapa: en vida Fidel sostenía toda una era de ideales, para algunos romáticos. Con su presencia vital abría todas las esperanzas para no sentir ninguna derrota como pérdida. Con sus artículos en Granma nos tuvo pendientes de no desviar el camino porque a pesar de retomar las relaciones con EE.UU., no se dejó ilusionar y mucho menos engañar de que en adelante todo sería distino y positivo. Con solo existir, por mucho tiempo pensamos que sería el consejero de nuestras luchas para no errar el camino y para enderezar si hacía falta.
Y quienes creen que son su muerte se acabó la acción revolucionaria y dicen que por fin se fue el diablo que asustaba al capitalismo, no solo se equivocan. Igual dijeron de Lenin, del Ché y de Mao en su momento. Y ninguno de ellos, incluido Fidel, se fueron hacia el olvido. Con todos ellos las luchas siguen, bastaría ver el impacto en las nuevas generaciones de una imagen del Ché y ahora lo que sucederá con Fidel.
Reitero, cuando en 1953 dijo que la historia lo absolverá no se equivocó, como en muchas otras cosas. La historia hoy día le rinde homenaje con todos los honores del caso.
Ahora corresponde afrontar la vida como un valor supremo para rendir el mejor homenaje a quien no dudó jamás en entregar la suya a cambio de una mejor sociedad y de un humanidad consagrada al bienestar común.
Tenemos vida para seguir luchando como Fidel lo hizo. (O)