Hay un malestar por las derrotas en Argentina y Venezuela y como tal obliga una aguda reflexión, sin pesimismo, dramatismo y mucho menos trasladando a todas partes los mismos análisis, diagnósticos y esquemas. Ni los procesos son copia y calco, menos hay un efecto dominó (como lo quieren hacer creer desde las derechas y algunas izquierdas) y en cada caso hay unos avances que ni Macri, Lasso o Capriles podrán botar al tacho de la basura sin reacción social de la dura.
Obviamente, no es tampoco para quedarse sentado a observar el nuevo paisaje. Al menos hay dos asuntos en debate para imaginar cómo recuperar la iniciativa política y el espíritu de transformación de nuestras sociedades, más allá de triunfos o derrotas electorales presidenciales o legislativas.
1.- ¿Qué sentido adquiere lo popular en todo este proceso? ¿Hasta dónde los gobiernos en el ejercicio del poder político pierden base popular, la disputan con las derechas e izquierdas y desde ahí solventan la continuidad de sus programas?
2.- ¿Las poblaciones quieren bienestar, socialismo, consumismo y/o una transformación sin conflicto, disputa ni tensiones? Y si es así, ¿qué tipo de programas, líderes y organizaciones políticas se requieren para ello?
Sobre lo primero, sería bueno preguntar a los izquierdistas puros si creen que lo popular comulga con el socialismo ortodoxo, antisistema que proclaman, en el marco de una democracia formal, donde hay que ganar elecciones para hacer cambios radicales. Para esos izquierdistas, el populismo es un pecado y no harán jamás nada en esa línea. Se mantendrán puros y exigirán de los gobiernos (porque desde esa condición jamás llegarán al poder) permanentemente lo imposible, sin contemplar las fuerzas sociales, las ‘tradiciones’ y hasta las ‘perversiones’ del campo popular o de las organizaciones que dicen representarlo.
Para esos izquierdistas, tanto Maduro como Cristina ‘traicionaron al proceso’. ¿Qué dijeron cuando Chávez y Kirchner gobernaban bajo los mismos presupuestos políticos y programáticos? ¿No dicen lo mismo ahora de Dilma y callaron cuando gobernaba Lula? Bueno, el izquierdismo nunca cede a sus aliados, siempre le sirve de bandeja a la derecha calentando las calles y solventando los ‘análisis’ y ‘diagnósticos’ puros.
Sobre lo segundo, sí hay que pensar a profundidad qué tipo de sociedades son las actuales. En América Latina hay menos pobreza, pero también hay más consumismo; hay más oportunidades, pero la desigualdad no desaparece; hay mejores y mayores bienes productivos y sociales, pero el paradigma del ‘pueblo’ (aupado por una prensa y cultura comercial) es el del vivir bien, no el del Buen Vivir. ¿O no?
Por tanto, si queremos gobiernos, líderes y programas antisistema, para acabar con el capitalismo, hay que mirar hasta dónde las tareas políticas deben seguir siendo las mismas, bajo los mismos argumentos, o más bien corresponde pensar en otras modalidades desde las mismas matrices filosóficas. Ese es el reto. Una prueba de ello fueron los diálogos desarrollados por el Gobierno de Ecuador, a través de Senplades. Los resultados están ahí: la gente no quiere socialismo ortodoxo ni liberalismo puro. Al contrario, quiere bienestar, servicios eficientes, cero corrupción y atención casi total y gratuita para sus demandas básicas y fundamentales para vivir en una democracia tradicional. (O)