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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Sí, ni soy ni quiero ser Charlie Hebdo

25 de enero de 2015

Y no por la revista ni por quienes la hicieron y hacen, sino por el uso oportunista y perverso que hacen estas semanas un sinnúmero de apologistas de la libertad de expresión como un valor absoluto de la democracia.

Sigo convencido de que la libertad de expresión solo tiene sentido en la medida que permite dos cosas fundamentales en la democracia: dialogar y reconocer. Claro, el diálogo como un relato múltiple donde las posturas divergentes y hasta opuestas pueden crear otro relato para las audiencias. Y el reconocimiento, incluso, para que el otro -aquel con el que no estamos de acuerdo- alimente mis propias creencias o nutrirlas con los ingredientes de ese otro (persona, partido, gobierno o dios).

Y coincido plenamente con Tzvetan Todorov, quien dijo lo siguiente a propósito del atentado contra Charlie Hebdo: “Desearía recordar que no es justo considerar la libertad de prensa como el pilar central de la democracia. El verdadero pilar de la democracia es la idea de que en un sistema democrático todo poder tiene limitaciones. Y eso debe valer aun para la prensa, que adquiere legitimidad precisamente del hecho de que es capaz de ponerse límites”.

Y coincido también con mi amigo José Miguel Cabrera, quien dice que se habla más de la libertad de expresión que en usarla para hablar de otras muchas cosas. Sí, se pasan hablando de ese valor democrático y no dejan espacio para todo lo que se puede hacer responsablemente con la libertad de expresión. Todo ello sin descontar que quienes más la defienden son los menos respetuosos de la libertad de expresión de los demás. ¿No son los mismos que hacen esto los que censuran opiniones, pensamientos, libros o publicaciones de quienes no concuerdan con ellos o por el arrogante y soberbio sentido de una supuesta superioridad intelectual? Sí, son los mismos. Incluso son los mismos que usando muy utilitariamente citas de autores -como lo hacen con Todorov- y de libros ‘ilustres’ se olvidan de toda la cultura y literatura musulmán y/o árabe en general donde hay otras sensibilidades y sabidurías ‘poderosas’.

Entonces, cuando se usa como lugar común la frase ‘Yo soy Charlie Hebdo’ y al mismo tiempo se lo exacerba como un escudo para excluir o bloquear otros pensamientos y expresiones es mejor decir ‘No soy ni quiero ser Charlie Hebdo’ porque solo así también tiene sentido mi libertad de expresión como una postura irritante contra los lugares comunes, contra ese supuesto consenso impuesto o como una manera de homogeneizar el pensamiento a favor de una sola creencia o postulado.

Sabemos que la islamofobia y el antisemitismo se camuflan de distintas maneras, y no se diga contra el ateísmo. Por eso esa unanimidad exigida oculta la intolerancia más perversa: impedir que otros modos de ver la vida sean expuestos y hasta plasmados en donde sus creyentes quieran vivir. Nada justifica la violencia, y menos el crimen, para imponer una creencia o para negar la del otro, pero esas violencias no son gratuitas y mucho menos nacidas de una mente o cultura desequilibradas.

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