En un proceso que busca la reconquista ciudadana de espacios tomados por grupos burgueses y elitistas, la democratización del acceso a la información y los mecanismos por pluralizar esta información son una prioridad. Esa era nuestra labor desde los medios públicos. En algunos sentidos, se lo ha logrado. Se ha conseguido variar el tipo de programación, aunque siempre con sus limitantes, que está disponible, en parte dándole un espacio a voces muchas veces ignoradas por los medios comerciales y su búsqueda por el ‘orgasmo de la primicia’, como dice Xavier Lasso, y la masificación del denominador común más bajo. Se rescataron artistas, se han posicionado a otros, se les ha dado una palestra.
Se ha dado espacio a otras voces políticas también. Se abrió la posibilidad de reflexiones críticas a los medios tradicionales, a los grupos de poder tradicionales, al statu quo en general. Aquellas opiniones, vale recordar, que fueron marginadas por no alinearse con las del dueño de las imprentas privadas.
Pero de esa revolución de la visión de comunicación que imperaba en los medios privados, de donde nacen estos medios públicos, han pasado ya ocho años, y con el polvo asentado, el modelo de medios públicos está ante la posibilidad de comenzar un proceso de reflexión y reinvención. Un proceso autocrítico sobre dónde estamos y a dónde queremos ir.
Comenzar por -lo que parece ser la crítica imperante- cuestionar si hemos logrado trascender esa posición de medio gubernamental/estatal a medio público. En el hipotético caso de un Ejecutivo sin un candidato de Alianza PAIS, y lo que eso significaría para los medios públicos. ¿Desapareceríamos? ¿Cambiaríamos nuestra posición editorial? ¿Seríamos todos reemplazados? Porque si la respuesta es afirmativa a cualquiera de esos posibles escenarios, significaría que, sí, los críticos tienen razón, no somos más que otro medio estatal. Un medio cuyo contenido y enfoque están determinados por el partido en el poder, y no por una idea fundacional más amplia.
Lo que alguna vez se mostró como una visión alternativa, un debate ampliado de voces críticas, cada vez más, se está volviendo un unísono predecible de la posición y visión que se adoptará. En otras palabras, nos estamos convirtiendo en aquello que tanto se ha intentado combatir, nos estamos convirtiendo en un medio privado. No privado en cuanto a quien lo financia, sino privado en cuanto a quien responde (o a quien quiere agradar).
Sigue siendo una voz distinta y contradictoria a ese otro unísono que se escucha desde los medios privados, sin duda. Muchos de los que participamos de estos espacios no los tendríamos en otros medios. Pero en cierto momento debemos ser no simplemente una contestación a la posición que se plantea desde los medios privados, sino también ‘mejores’. Es decir, ser realmente públicos, ciudadanos, respondiendo a esas visiones contradictorias, críticas, matizadas, en fin, plurales.
Una vez más, y esto es una lástima, los medios públicos están a merced del Ejecutivo. Una lástima, más que nada, porque como veedores del poder desde lo público, es difícil hacerlo cuando también estamos atados a uno de esos poderes (el gubernamental en este caso). Con un representante del Ejecutivo en el directorio de los medios públicos pero, sobre todo, con su capacidad de decidir el futuro de quién dirige los medios públicos, difícil será que exista un ambiente de verdadera independencia. Claro está, poca es la motivación del Ejecutivo de soltar a los medios. El nuevo Gobierno se ha mostrado con una propuesta más conciliadora, abierta. Veamos si este mismo espíritu nos permite, como medios públicos, ser mejores.
El hecho de que se publique esta columna es ya un primer paso para esa autocrítica. (O)