En Argentina se advierte un posible y nada deseable futuro para otros países de la región, que podría instalarse en el Brasil, Venezuela y -con menos probabilidad- en Ecuador y Bolivia. En Argentina se está aplicando la receta post-gobiernos populares para ejercer en el subcontinente, y hay que aprender de ella.
Un punto central del decálogo es acusar al gobierno popular de haber dividido la sociedad, de ser demagógico a la vez que beligerante. Llegaría ahora el reino de la paz y la armonía. Ello se acompaña de despidos a granel por color ideológico, aumento de la represión y apresamiento de figuras destacadas de la oposición (Milagro Sala, luchadora social en el norte argentino). La flagrante contradicción puede sostenerse en que se sataniza tanto al gobierno anterior -con todo el aparato mediático público y privado a favor-, que odiar al kirchnerismo es presentado como una forma sublime del amor. De tal modo, se anticipa la ofensiva del sector judicial de derechas contra la expresidenta, cumpliendo un libreto que ya se aplica contra un líder popular como Lula buscando desprestigiarlo, cuando no dejarlo encerrado el mayor tiempo posible como condenado no por algún juicio justo, sino por sus ideas y su proyecto político.
Otro punto es desastrar el Estado, reduciendo simultáneamente el gasto público y los aportes e imposiciones patronales. Esto implica baja de salarios en términos de consumo real, a la vez que tarifazos monumentales por desaparición de los subsidios. Todo esto es justificado por la culpa lanzada a la “pesada herencia” recibida. Se hace todo lo contrario del gobierno anterior pero ello es culpa del gobierno anterior. Si hay que consumir menos, es porque “el modelo anterior ya se caía”, aunque siempre se dijo que ya se caía, y duró más de 12 años. Lo cierto es que hay quienes hoy bendicen empezar a pagar mucho más caros la electricidad y el transporte, porque “no se podía seguir con el desorden que nos dejaron”. Otro aspecto es que frente al desfinanciamiento del Estado, vuelve el endeudamiento como única opción. “Para hacer casas, carreteras y obras públicas para la gente”, Argentina pagará a los fondos buitre y volverá al desastroso endeudamiento que la hundió por décadas, y del que la gran negociación de N. Kirchner liberó en gran medida, allá por 2005.
También despunta una sorprendente retórica pretendidamente progresista. Macri es risible cuando promete “hambre cero”, pero le creen muchos que quieren hacerlo. Por cierto, ante la caída vertical del consumo popular se mantienen algunos programas creados por iniciativa del denostado kirchnerismo: la importante Asignación por Hijo, y otros que ponen algún amortiguar a la suba de precios (llamados “Ahora 12” y “Precios cuidados”).
Lo cierto es que la retórica de satanización del pasado -prácticamente la única carta del gobierno, además del entregarse al crédito internacional- tiene sus efectos: en estos días han proliferado noticias sobre violencia social contra militantes y simpatizantes kirchneristas, en algunos casos con armas de fuego y planificadas, en otros dudosas en cuanto a si fueron preparadas o “espontáneas” (ataque a sindicalistas en el Hipódromo de Mendoza), en otros por golpes a personas en un bar o en un supermercado. Ha habido heridos en varias de estas situaciones. Es visible que se está abriendo un peligrosísimo campo de violencia sobre la que Argentina desgraciadamente mucho sabe en su pasado, y que ojalá ninguna política siga activando desde discursos satanizantes, unilaterales y maniqueos. (O)