Que Radio Tarqui se apague es una mala noticia y revela un pésimo síntoma del modelo económico de los medios de comunicación en general. No es la única emisora, ya son varias en todo el país y en el mundo que cierran por “falta de apoyo privado y estatal”. Obvio, el incremento sostenido de internet como fuente primaria de información y entretenimiento destroza el modelo tradicional.
También es cierto que, si el modelo no funciona, los empresarios de la comunicación se quedaron cortos frente a la nueva realidad, insistieron en ser un negocio familiar, en la búsqueda de una rentabilidad particular. ¿Qué les impide hacer cooperativas, asociaciones o cualquier tipo de organización para sostener el servicio a la comunidad como una acción social? Porque -como ocurre con otros medios empresariales- si quieren hacer un gran negocio, no solo que se someten con disciplina a las leyes del mercado, sino que ingresan en ese terreno fangoso de la banalidad, espectáculo y comercialismo de la información.
Y también es cierto que ni siquiera los nuevos negocios de la información asentados en plataformas de internet tienen resultados provechosos y rentables, por lo menos en Ecuador (un ejemplo es Ecuadorinmediato). Claro, hay algunos que hacen ruido en las redes sociales, pero no constituyen una organización mediática, sino iniciativas individuales, en algunos casos con financiamiento externo para fines políticos.
Entonces, ¿qué hacemos con aquellos sectores populares sin acceso a internet y que confiaron en medios, como Radio Tarqui, para informarse? Esta radio tenía la más alta sintonía en el sur de Quito y su noticiero matinal (la lectura de los periódicos) constituía esa referencia de información gratuita e inmediata, desde hace 60 años. De hecho, las personas de la tercera edad son un sector altamente dependiente de la radio y la prensa impresa, no de internet, para informarse. Y al perderse medios como Tarqui, no necesariamente se quedan sin noticias, pero sí marca un antes y un después de esa tradición social.
Quizá también salta a la vista un vacío de la Ley Orgánica de Comunicación. Siempre hubo un ‘nudo crítico’: cómo distribuir equitativamente la publicidad estatal (no solo la del Gobierno, sino la de los municipios y entidades autónomas) para que todos los medios puedan subsistir. Ahí no solo hay un vacío, sino un castigo a medios populares, comunitarios, alternativos. Ojalá esto sirva para reformar esa normativa. En una lógica de mercado solo subsistirán los grandes medios, pero en un socialismo del buen vivir, con una enmienda a la Constitución para definir la información como servicio público, bien cabe pensar en una justicia equitativa para el desarrollo y sostenimiento de los medios populares con audiencias cautivas.
De hecho, la sustentabilidad de los medios comunitarios está en discusión, porque por más ley que ordene la democratización de las frecuencias -sin un modelo sostenible y sin estímulos públicos y privados- el destino podría ser la concentración de medios en grupos de interés político o económico. (O)