Más de la mitad de la población mundial vive en un 2% del territorio del planeta. El vertiginoso proceso de urbanización es, sin duda alguna, uno de los principales factores de cambio de las sociedades contemporáneas. Las ciudades —y sus alcaldes— ya pueden ser considerados actores políticos de primer orden; su importancia económica, medioambiental, tecnológica y, por supuesto, política, en algunos casos es igual o superior a la de muchos países u organizaciones transnacionales. Tal es así que es muy posible que las mayores transformaciones que veamos en las próximas décadas ocurran en las ciudades o gracias a ellas. Unas urbes que deberán afrontar los retos que plantea este nuevo escenario.
Hábitat III, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Sostenible que se celebra estos días en Quito, llega en este momento de indiscutible protagonismo de las ciudades. Es también la primera conferencia global bajo la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (el undécimo objetivo, precisamente, habla de asentamientos inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles). Es con este marco que en Hábitat III se definirá una nueva agenda urbana —de la que ya existe un primer documento tipo borrador— que no es más que una guía para orientar los esfuerzos de los actores implicados en materia de crecimiento y desarrollo de los entornos urbanos. Esta meta, a veinte años vista, debe ayudarnos a entender que este desarrollo no puede llevarse a cabo en base a las viejas coordenadas. El empoderamiento de la ciudadanía, el hacer de ésta el punto de inicio y retorno de todas las decisiones, debe ser la base para el diseño de esta nueva agenda.
Un elemento transversal en la mayor parte de los sistemas políticos del mundo es la demanda de regeneración y profundización democrática. Un reclamo que brota y crece, fundamentalmente, en las ciudades. El ámbito local es el que mejor canaliza la participación y la implicación ciudadana. Ahí los gobernantes pueden y deben ser más próximos, y es donde más claramente se dejan ver las consecuencias de las decisiones que se toman. Podemos afirmar que las luchas por las nuevas soberanías económicas, políticas y tecnológicas, se originan y toman forma en las ciudades, no sólo como referencia geográfica sino como sujeto activo y protagonista de ellas. El resultado de ello es que los ciudadanos son cada vez más conscientes de su nuevo papel dentro de la toma de decisiones, así como del rol de la urbe como terreno de juego en el que se discuten y se implementan estas políticas.
Otro elemento fundamental es el papel de la tecnología en este proceso de empoderamiento. Esta no sólo es la herramienta con la que, a través de muchas y diversas iniciativas, se está canalizando la participación ciudadana, sino que también se ha constituido como un nuevo espacio de choque entre la ciudadanía y las grandes corporaciones. Una disputa por la soberanía tecnológica que se ve reflejada en debates como, por ejemplo, sobre quién debe recaer la propiedad de los datos. Primero defendimos que las administraciones públicas debían abrir los datos y ser transparentes, ahora, por un lado, nos preguntamos cómo debemos gobernar los datos públicos, y, por otro, queremos saber qué ocurre con la propiedad de los datos privados y de las infraestructuras por las que se mueven.
Con las tecnologías para las ciudades, las que a priori las están convirtiendo en Smart Cities, ocurre algo parecido. No queremos entornos con sistemas automatizados que las controlen e intenten hacerlas predecibles. Una ciudad, como toda organización de personas, es un ecosistema incontrolable al que es necesario adaptarse y con el que se debe experimentar continuamente. Son entornos vivos, humanos, que están transformándose continuamente. La tecnología es un medio para conseguir un fin, pero no es el fin en sí mismo.
El diseño urbano ha evolucionado hasta el punto de poner al ciudadano y sus necesidades en el centro. Es la tecnología la que debe sumar sus capacidades a esta evolución y no al revés. Es por ello que no es extraño que ya se estén organizando movimientos de distinto tipo que tratan de gestionar y moldear esta relación con las tecnologías que, de alguna forma, condicionan nuestro día a día en la ciudad. En este sentido, hace unos días se presentó en Barcelona la iniciativa BITS, que pretende estimular el debate sobre cómo ha cambiado esta soberanía tecnológica y hasta qué punto se ha convertido en un reto para las ciudades.
Los ciudadanos deben estar en el centro de la estrategia para reimaginar, repensar y rediseñar las ciudades. Este es el principio fundamental que cada vez más y más gobernantes están entendiendo. Todo lo demás, la tecnología smart, la planificación urbana, la dinamización de la economía, etc., viene después.