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El Telégrafo

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Antonio Quezada Pavón

Pobreza, capitalismo y democracia

11 de agosto de 2016

Es muy común escribir sobre lo que es la pobreza desde la comodidad de un escritorio y abundar en detalles sobre este terrible mal de la humanidad, pero hasta ahora no hay ninguna solución concreta. Se habla de productividad sin entender que hay una paradoja agobiante que castiga nuestra sociedad: por un lado las inmensas deudas que todos los países han acumulado (incluyendo a Estados Unidos de Norteamérica) y por el otro un montón de dinero ocioso de ricos ahorristas y corporaciones que están aterrados de invertir en actividades productivas, las cuales podrían generar los ingresos para extinguir dichas deudas, produciendo los bienes que la humanidad desesperadamente necesita, como es la energía verde.

Las cifras son escandalosas: entre Estados Unidos, Gran Bretaña y los países de la eurozona han invertido colectivamente 3,4 billones de dólares en bienes y servicios por trimestre, que es una cifra inmensa; pero es poco si se le compara con los 5,1 billones de dólares que se han diluido en los mismos países y en el mismo período a través de las instituciones financieras, sin hacer nada productivo, excepto inflar el intercambio accionario y los precios de las viviendas. Esto ha producido un estancamiento de los salarios por más de un cuarto de siglo para la gente de entre 25 y 54 años, creando una baja demanda agregada, que en un ciclo interminable alimenta el pesimismo de los capitalistas que, temerosos por la reducción de ventas, no invierten. Ese es el conflicto con el capitalismo: su grosero desperdicio, su ocioso efectivo monetario que debería vigorosamente mejorar la vida humana, desarrollar los talentos, financiar nuevas tecnologías.

No queda más salida que una verdadera democracia, pero aquella definida por Aristóteles como la constitución de los libres y pobres, que son la mayoría, para controlar el gobierno. Claro que excluía a muchos: a las mujeres, a los esclavos; pero lo compensaba dando derecho a los pobres trabajadores a la libre expresión y al juicio político. Y era tan utópico este concepto que no duró mucho, a tal punto que nuestras modernas democracias liberales no se basan en el concepto ateniense, sino más bien en la Carta Magna y en la Gloriosa Revolución de 1688, y es así como estas democracias prosperan cuando se separa la esfera política de la esfera económica, con lo cual limita al proceso democrático solamente al aspecto político, dejando la economía bajo el control del mundo corporativo, como si fuera una ‘zona libre’. De hecho, lo económico ha colonizado a lo político restándole su poder.

En las democracias liberales modernas, los políticos están en el gobierno, pero no en el poder. Y esta canibalización del poder económico a lo político lo ha minado tanto que ha causado las crisis económicas, pues el poder corporativo crece, los activos políticos se devalúan, la inequidad se incrementa, la demanda agregada cae y los ejecutivos corporativos tienen miedo a invertir su efectivo en sus negocios. Mientras más le quitemos el demo (pueblo) a la democracia, más vamos a profundizar la paradoja de las deudas y el efectivo ocioso con un mayor desperdicio de recursos y riqueza humana.

Y puede sonar marxista, pero tendremos que unir nuevamente a las esferas políticas y económicas bajo una verdadera democracia, pero tomando en cuenta la lección aprendida de la debacle soviética, en la cual, solamente con un milagro se podía empoderar a la clase pobre trabajadora sin crear nuevas formas de brutalidad y desperdicio. (O)

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