Me dirán que el patrimonio histórico está por encima de todas las cosas. Incluso que en nombre de lo políticamente correcto hay que borrar, o mejor dicho, no manchar esas paredes. Claro, en esa onda puede ser que todos seamos austeros, modositos, formales, un poco serios y hasta respetuosos de la ley en todas sus manifestaciones, expresiones, obligaciones y, ¿por qué no?, testarudeces.
Convencido de que con ello tendría (como ocurrió) a todos los medios a sus pies (sin duda alguna), el máximo dirigente (¿no indígena?) de la (¿mayor?) organización indígena de la Sierra ecuatoriana llegó a Quito con su mochila (¿Nike? ¿Tatoo? ¿Columbia?) y unos botes de pintura. Había pasado una semana y pico de la marcha por él liderada (junto a su novia franco-brasileña-quichua). Nunca lo vimos pintar una sola consigna en las paredes. Al contrario, con megáfono en mano (su saxofón había quedado en alguna otra mochila, ¿o shigra?) convocó a marchar, tomarse Carondelet y luego ser detenido, con un ligero morado bajo el párpado.
De todas las imágenes, ninguna mostró a su mano de catequista indígena, jurista de la justicia indígena y músico de yaravíes y blues, pintar las paredes de nuestra hermosa, patrimonial y congestionada capital de los ecuatorianos.
Y, oh sorpresa, con su mejor pinta, el mayor dirigente de la Ecuarunari limpió las paredes con pintura blanca, sin importar que algunas de ellas fuesen pintadas por sus dueños de rosado, celeste, cafecito o ladrillo. Y dejó una mancha asquerosa en esas zonas de las paredes coloniales, para afear el Centro Histórico más grande de América Latina.
¿Por qué las borró? ¿Solo por no pagar una multa municipal y espesa? ¿Para salir en la foto que todos los medios hicieron como era de esperar bajo el ya clásico libreto de que todo lo que haga un dirigente indígena supuestamente perseguido debe registrarse para bien de la historia? ¿Oporque está recontraconvencido de que las paredes de Quito merecen respeto, toda veneración y, por tanto, no cabe ni una caquita de mosco que la afee?
Si su novia franco-brasileña-quichua hubiese estado por nuestros lares, seguramente lo habría acompañado. Y con ella habríamos tenido el mejor espectáculo blanco-mestizo-indígena de buenos modales. Pero lo que no tuvimos fue algo que me llena de preocupación: un acto pleno de resistencia indígena ante la imposición de una orden blanco-mestiza de un municipio que no es para nada aliado del movimiento indígena. Si estamos convencidos de que “la lucha es el camino” y una parte de ella convoca a usar todas las expresiones y herramientas de protesta, ningún militante disciplinado, rebelde convencido y revolucionario a carta cabal se rebajaría a borrar sus consignas. ¿Lo habría hecho el indio Espejo en la Colonia? ¡Jamás! Ni me imagino a los líderes y lideresas de la República borrando sus palabras y consignas de ningún documento, pared o grabación.
Aquí la única explicación que cabe es el espectáculo político: el mayor dirigente de la organización indígena serrana solo pintó de blanco las paredes de pocas casas capitalinas para tener cámaras, medios y periodistas para continuar con el show que no supo sostener tras la partida de su novia y cierto fracaso de su ‘inclaudicable’ objetivo de derrocar al ‘tirano’. ¿Y por qué no reparó las piedras y fue a visitar a los policías heridos? (O)