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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Movimientos sociales y derecha empresarial

05 de mayo de 2017

Nada más distinto -pero no distante, lamentablemente- entre sí, que los movimientos sociales (ecologistas, indígenas, de derechos humanos) y las políticas proempresariales. Son dos mundos antagónicos: uno, surgido de la lucha por el sostén de derechos colectivos fundamentales, y la defensa de los bienes comunes; el otro, regido por la lógica de la ganancia individual y del lucro como racionalidad fundante.

Y sin embargo, a veces se unen. ¿Será una porción de ese barroco latinoamericano donde todo es posible, incluso la unidad fáctica de los contrarios? ¿Es esto una cuasificcional muestra de lo ‘real maravilloso’ regional? De ninguna manera: lamentablemente, es una concreta exhibición de ceguera y torpeza, de parte de los que coordinan y dirigen algunos movimientos sociales. Las diferencias, las vemos más con quienes están cerca. Yo no puedo tener rispideces con finlandeses o japoneses: nunca he tenido relación con ellos. De tal modo, algunos ven las pequeñas fallas de los cercanos como enormes; y las enormidades antisociales de los que están más lejos, como pequeñeces. Solo así -en ver a los lejanos con distorsión perceptiva ‘positiva’- puede explicarse que la dirigencia de los indios qom, del noreste de Argentina, haya estado en rotunda oposición al gobierno kirchnerista, y tenga relación relativamente armoniosa con el derechista gobierno de Macri, el cual tiene presa a la dirigente Milagro Sala por reivindicar pobres e indios, y por ser indígena ella misma.

Esos sectores en otros países, como es Ecuador, han llevado la apuesta más adelante: directamente se han aliado a la derecha bancaria, se han subordinado en los hechos a una conducción política reaccionaria, con tal de enfrentar al gobierno actual y al del mismo color que lo continuará por decisión popular. No han sido neutrales en la elección, o apoyado subrepticiamente a la derecha: han operado como derecha práctica ellos mismos.

Pueden esgrimir sus razones para no coincidir con el gobierno de Alianza PAIS, y algunas pueden resultar muy atendibles. Pero menos claro es que puedan mostrar razonablemente por qué se vuelven furgón de cola de sectores empresariales: una cosa no se sigue de la otra. Es cierto que la orfandad política de los movimientos sociales puede ayudar a este equívoco; contra lo que dicen algunos autores encerrados en sus escritorios universitarios, las reivindicaciones sociales solo alcanzan rango político si se articulan en una política general que busque la dirección gubernativa del Estado. Es decir: los movimientos sociales, en tanto que tales, no son una opción política. Tienen que construirla, y eso implicaría perder la autonomía que suele caracterizarlos. Pero si se elige el resguardo de tal autonomía y no participar de un colectivo político, se está condenando al seguidismo de alguien que viabilice una posición en el plano de lo directamente político-partidario. O sea: en nombre de la autonomía, se está llevando a la peor dependencia.

Así, alguna vez se pudo formar parte del gobierno de Lucio Gutiérrez, aquel presidente que voló a Washington tras la elección, mientras en la campaña aparecía como un nuevo Hugo Chávez. Más grave aún que eso, por cierto, es ir junto a una cruda derecha que representa sin más los intereses del concentrado mundo financiero. ¿Qué clase de coherencia puede exhibir un movimiento social que se subordina a los intereses del capitalismo internacional, justo aquellos contra los que luchan quienes forman parte de dicho movimiento? (O)

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