Escuché absorto a María Fernanda Pacheco y a Diego Oquendo hablar de las críticas al azul cardenillo con el que nos invaden la mirada en toda obra, rótulo o uniforme municipal en Quito. Para ella era un pensamiento básico (es decir pobre) criticar los colores con los que su esposo pinta las vallas y ahora la pista atlética del parque La Carolina. Y para su entrevistador -concesivo con su entrevistada, casi entregado a su lógica de pensamiento- era una ridiculez, porque todas las pistas atléticas se pintan de ese color.
Lo poco que sé de atletismo y de pistas me lleva a pensar que al parque La Carolina le ha caído la consagración más espectacular: ya tiene una pista, como las mejores del mundo, perfecta para que nos deleite con su velocidad Usain Bolt. El color ladrillo tradicional de las pistas atléticas ha quedado en el pasado, resulta añejo y por lo mismo debe ser removido de las que hay en Cuenca y en algunos colegios de Ecuador. De hoy en adelante todas serán azul cardenillo.
Antes de darle una clase de feminismo bastante liberal a su entrevistador, la señora Pacheco manifestó que hay cosas más importantes que ocuparse del color de una pista atlética. (Sobre feminismo habla quien declara que no debe haber exclusión de la mujer ni usarla desde el machismo, cuando ella mismo pone por delante el tema al ser contratada por su propio esposo en la misma institución que él dirige, casi en calidad de primera dama, algo que las feministas más acérrimas señalaron por mucho tiempo como la peor aberración del machismo político). Y claro que hay cosas más importantes que el color de una pista. Por ejemplo, el color del uniforme de los policías metropolitanos, todos los logos y las vallas, los puentes y los pasos peatonales, sin descontar las tarjetas, las revistas y publicaciones municipales de Quito.
Es decir, y en eso tiene razón la señora Pacheco, una pista es una cosa menor frente al gasto de pintura azul cardenillo usada en todo lo demás; algo que parece imperceptible para una ciudad ocupada en otros problemas mayores que se acumulan en estos dos años.
Lo de fondo es otro: Hay un abuso de poder. Bajo el criterio de que la máxima autoridad de la ciudad decide esos aspectos, ni los concejales suyos ni los de oposición han podido hacer nada para, por lo menos, regular el uso de cierta cromática para la obra pública.
Los colores tradicionales de la capital de los ecuatorianos son el rojo y el azul, el rojo sangre y el azul marino, no el azul cardenillo. Podría no gustar, pero es así. Como así es en Guayaquil: celeste y blanco. A Jaime Nebot ni a León Febres Cordero se les ocurrió pintar todo de amarillo en Guayaquil porque el Partido Social Cristiano (del que fue militante el esposo de la señora Pacheco) lleve esos colores y mucho menos porque coincida con el del equipo más popular del país.
La señora Pacheco (quien en su cuenta de Twitter se declara “soñadora de una LatAm libre de populismo”) quizás desconoce que usar los colores del partido del Alcalde es uno de los peores pecados del populismo que dice combatir. Populismo en el peor de las definiciones, como las que usan ciertos académicos de la izquierda ortodoxa para referirse a los procesos progresistas de América Latina.
En ese afán de que todo lo que huela a abuso de poder, a corrupción política o la utilización de recursos públicos con fines proselitistas constituya un objetivo de los medios ‘libres e independientes’, el tema del azul cardenillo en varios lugares de Quito parece no preocupar a la opinión pública que se expresa con cierto fervor en la prensa ‘libre e independiente’. Quizá ocurra este fenómeno (el de autocensurarse) porque el incremento de la publicidad del Municipio capitalino seguramente irá a parar a esos medios que dan la espalda a una problemática menor, como la ha calificado la señora Pacheco.
¿Dónde están las celebridades del periodismo casto y puro? ¿En qué lugar ha quedado ese grandilocuente periodismo de investigación, que como perro de caza anda detrás de todo aquello que huela a irregularidad, abuso de poder o proselitismo con recursos públicos? ¿Habrá que ir hasta la CIDH para demandar una investigación por violentar los derechos de la ciudad al ser trastocados cambiando la identidad cromática de sus principales obras, uniformes y papelería? ¿Bajo qué código de ética se desenvuelve la política pública de la ciudad capital cuando la señora Pacheco (que no llegó al cargo por elección popular, que recibiría viáticos y personal a su servicio porque fue nombrada por su esposo en un puesto en calidad de funcionaria pública, con todas sus responsabilidades) nos da clases de moral y ética al defender la obra de su cónyuge?
Siendo así, mucho me temo que si el esposo de la señora Pacheco gana un día las elecciones presidenciales tendremos de azul cardenillo las avenidas, los edificios de todos los ministerios, los puentes, las carreteras, los puertos, los aeropuertos, las centrales hidroeléctricas, escuelas, colegios, los aviones de Tame, las ambulancias, los trenes, los uniformes de la educación básica, secundaria y universitaria, de las Fuerzas Armadas y la Policía, los estadios y los coliseos, la Virgen del Panecillo y el Cristo del Consuelo, el monumento a la Mitad del Mundo, entre otras cosas, para regocijarnos tal como lo hizo con su entrevistada Diego Oquendo. (O)