Una vez terminadas las fiestas de la paz y del amor y la de feliz año nuevo, quiero llamar la atención de los fieles a los principios que profesan, sobre un hecho indignante, abrumador. Hace unos días, con los amigos del ‘Qué Te Importa Motoclub’, fuimos a desayunar en un restaurante de la plaza Foch, en Quito. Parqueamos nuestras ‘naves’ y, lo que es frecuente, las personas se acercaron a verlas y hasta a fotografiarse con esos magníficos aparatos de precisión mecánica y ergonómica, veloces y de diseño escrupuloso.
Entre los curiosos de las motos estaban los niños betuneros. Apegado a los sentimientos de solidaridad, humanidad y reciprocidad, los invité a desayunar. Escogieron sus desayunos, pagué y, al momento de ocupar la mesa, oh sorpresa, uno de los responsables del local prohibió a los niños sentarse y quedarse allí entre los clientes ‘respetables’ y ‘bien presentados’, de aquellos a quienes les molesta la pobreza y se sienten agraviados por tener que compartir con personas sin equitativas oportunidades sociales, económicas y culturales.
Recordé a una famosa de la farándula que decía que le encantaban los niñitos de Biafra y Etiopía, pero que le molestaban los moscos revoloteándolos. Esta enfermiza experiencia que vivencié coincidió con las discusiones que tenían lugar en la Asamblea, acerca del Código Ambiental de Ecuador, el cual incluye normativas sobre el trato a los animales. El código expresamente prohíbe: provocarles maltrato, daño, muerte, abandono, hacinamiento, aislamiento, envenenamiento, publicación de material que promueva la violencia y la zoofilia. Aunque no estoy de acuerdo, el código contempla también la prohibición de su uso para experimentación (otra traba dogmática más que impedirá el desarrollo científico nacional).
Magnífico por los animales, pues en la historia de deshumanidad, discriminación e hipocresía teísta y religiosa que narro, en el momento que se prohibía sentarse a los niños empobrecidos por la injusticia social, se erguía intimidador un letrero de ‘Pet friendly’ (amigable para mascotas). El colmo llega cuando dicen: “Prefiero a las mascotas que a las personas”.
Mi irritación desencadenó un mal momento, repudio y desprecio a tal conducta. Nos marchamos de esa fonda y no he vuelto más a sus mesas degradantes e impías.
Debería existir alguna ley que sancione a dueños y administradores de sitios públicos que se comportan de esta manera, sin embargo, lo que he visto como constante es ese comportamiento arribista y pequeño burgués en honor a los animales. Mascotas sí, pobres no. Un excelente año. (O)