Ya el tiempo se encargará de poner las cosas en su lugar, pero por ahora si es válido ubicar dónde ocurren los relatos sobre la realidad y cómo en ellos la prensa se compromete con su oficio, con sus audiencias y con los mismos retos asumidos como parte de su deontología.
Sorprende sin mucha bulla que varios estudios de las universidades sobre la labor profesional (no la política, tampoco aquella vinculada a los servicios que prestan ciertos periodistas y periódicos a grupos de poder económico) destaquen la tarea de los medios públicos. No son encuestas ni percepciones: son investigaciones con datos cruzados, entrevistas y revisión de las publicaciones y/o emisiones.
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Resulta que ahora esos medios públicos han crecido en reconocimiento y atención de sus audiencias por dos razones: hacen un trabajo profesional y satisfacen la demanda de otras propuestas cognitivas y de entretenimiento porque los privados se someten al rating y a las leyes del mercado. Por supuesto que esos estudios e investigaciones no se publicarán ni destacaran en esos medios privados, como si hacen, con gran despliegue, con los informes de la SIP y Fundamedios, que son la base de los otros emitidos por Reporteros Sin Fronteras, Human Rigths Watch, Freedom House o el Comité para la Protección de los Periodistas. Al contrario, eso quedará bien guardado para cuando la historia tenga que dar su veredicto.
El periodismo ‘libre e independiente’ ha pasado una frontera delicada, ha roto un límite y se ubica en ese terreno peligroso para su credibilidad: hacer de todo un editorial y/o una expresión de las redes sociales. Es decir: la información sola ya no existe, todo se editorializa, se coloca en opinión y por lo tanto se engaña al lector induciendo a pensar que esa opinión sobre un hecho es el mismo hecho o el reflejo pleno de la realidad.
Se rasgan las vestiduras diciendo todos los días, desde un moralismo aberrante, que no hay libertad de prensa y mucho menos de expresión. Y sin embargo a sus propios lectores les dicen todos los días sus opiniones camufladas de información y expresión política. Y son ellos mismo los que no hablan ni una sola línea de lo que ocurre con los municipios de derecha, se autocensuran y hasta evaden informar sobre lo que sí se dice en las redes sociales de los problemas de ciudades como Quito y Guayaquil. Nada se editorializa de las denuncias de corrupción, pésima administración y los problemas concretos de la vida diaria.
Esa prensa ahora ‘municipalista’ por excelencia atraviesa por serios conflictos de identidad, tanto que hay reporteros que no ocultan su malestar cuando evitan comentar por qué no hacen el periodismo profesional con las alcaldías de esas ciudades. Y al mismo tiempo, al silenciarse, al ejercer censura previa, evaden la enorme e histórica responsabilidad de hacer el relato periodístico, de registrar la historia y de asumir, ahí sí, la editorialización de la gestión municipal.
Son malos tiempos para ese periodismo ‘municipal y espeso’, pero ya la historia se encargará de ponerlo en su lugar. (O)