“Estamos transfiriendo el poder de Washington y devolviéndolo a ustedes…”, dijo Donald Trump en su discurso inaugural como presidente de Estados Unidos. Algunos medios internacionales lo asociaron enseguida al discurso de posesión como alcalde de Ciudad Gótica de Bane, supervillano de las películas de Batman: “Les quitamos el poder a los corruptos y se lo regresamos a ustedes”.
Pero los historiadores, generalmente, tienen una mirada de mayor alcance que ciertos periodistas, y las palabras de Trump les recordaron un suceso similar de hace 2.000 años: el ofrecimiento del general Octavio, futuro emperador Augusto, de devolver el poder al pueblo (“ustedes”) de Roma, tras el asesinato de Julio César, a manos de Marco Bruto. Entre el villano de un cómic con sus crímenes posteriores como alcalde, y el emperador romano que se creía un dios, con la opresión subsiguiente contra los pueblos no romanos, hay un abismo. Como Augusto sí existió, el augurio es peor.
Trump es el nuevo emperador de un imperio decadente que, en apariencia, deja la globalización y se aísla bajo el abrigo del proteccionismo. Ya empezó a ejecutar su denuncia de los tratados de libre comercio, empezando por el mayor, el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés), y va a seguir. Nos preguntamos qué dirán ahora, no solo países como Chile, Perú y México, sino los candidatos de la derecha ecuatoriana que tanto añoran esos tratados.
El equipo de Trump cree que la clase trabajadora saldrá ganando en EE.UU. Por supuesto, no se refiere a los 10 millones de migrantes ‘ilegales’ (no hay personas ilegales).
¿Deja la globalización? No, en realidad. El proteccionismo favorecerá a cierto sector de la población estadounidense, pero a los más pobres no les llegará el cambio. Peor aún, los ‘ilegales’ ganarán menos y en medio de persecuciones; es decir, vivirán más angustiados.
La globalización, en cuanto al libre flujo de capitales se mantendrá. Pero no habrá libre flujo de personas, habrá muros que restringirán la movilidad. El poder del capitalismo financiero seguirá intocado, eso al menos garantizarán los millonarios que conforman el gabinete y el equipo de asesores de Trump. La globalización se dará entre capitales, aunque Trump se vista como el gran proteccionista.
Lo que más marcará una distinción con los gobiernos anteriores será, sin embargo, la nueva moralidad, o dicho con más propiedad, la antigua moralidad y una arremetida contra los derechos de toda índole. Junto con sus decretos contra los tratados de libre comercio, Trump arremetió contra las mujeres, y esto ya provocó una gran movilización. Esas primeras medidas parecen fortalecer la otra bandera de la derecha estadounidense: el derecho a portar armas (uno de los ofrecimientos del candidato Lasso en el agro en Ecuador), algo que causa más muertes que los abortos en Estados Unidos.
Todo es parte de la cacería de brujas del siglo XXI que se avecina, similar en espíritu a la inquisición del senador republicano McCarthy alrededor de 1950, la que llevó al exilio a Charles Chaplin. Pero con la tecnología actual, esa cacería de brujas será una batalla tan compleja como el mejor videojuego de la década. (O)