Las palabras de Lenin Moreno, en los primeros días de su asunción presidencial, han sido como una bomba que ha estallado en los oídos de todos, para bien o para mal. Se ha montado una alharaca estridente en las redes sociales, digna de mejores causas y de difícil pronóstico: no habrá más enlaces ciudadano, al menos como los conocemos; se suprimen algunos ministerios coordinadores, se anuncian buenas noticias para algunos enjuiciados en el gobierno anterior, se revisará la ley de comunicación, se tiende la mano a los medios tradicionales que han combatido a la revolución ciudadana; su gabinete estará conformado por grupos diversos en base a alianzas y consensos.

Estas palabras han dejado patidifusos y acalambrados a los miles de seguidores y simpatizantes de la revolución ciudadana acostumbrados a otros contextos, a otros tonos y temperamentos, especialmente a la línea dura. Los lamentos parecen la historia de un desencanto. Un desencanto absurdo por lo temprano.

El presidente Lenin Moreno, especialmente,  ha reiterado su llamado al diálogo, al consenso, a la reconciliación, a la paz. A tender puentes entre todos los ecuatorianos: “Soy el presidente de todos, me debo a todos, respeto a todos.”

Algunos han interpretado  estas declaraciones como un desmarque, como un rechazo desleal al expresidente Rafael Correa o como un signo de debilidad. Y los enemigos, como siempre, se han aprovechado y han comenzado a entonar el estribillo de la división, de la ruptura, del final.

¿Deberían preocuparnos aquellas declaraciones? Creo que no, porque tanto el presidente Lenin como Rafael Correa están enmarcados por el camino sembrado por la Carta Magna de la Asamblea constituyente, por las leyes subsiguientes que se crearon. Si aquello se respeta no hay nada que temer. Creo más bien que Lenin, como un ágil ajedrecista está  moviendo las piezas de su gobierno, calculando planificando, revisando. Es hora de dejarlo gobernar y dibujar su estrategia. Lenin no quiere heredar enemigos. Quiere marcar su camino.

La idea de su gobierno es inaugurar una nueva era. Restablecer condiciones para volver a dialogar con grupos discordantes, tender puentes con organizaciones que estuvieron al principio del gobierno  de RC y se alejaron después. Cumplir su programa Toda una vida. Es la lógica de un presidente que quiere hacer las cosas en su estilo y bajo sus propios límites; que procura reinventarse bajo el sofoque del estilo fuerte que caracterizó a su predecesor.

El Ecuador pasó de un presidente enérgico, confrontador, mediático a un presidente prudente, reflexivo, dialogante, que desea gobernar sin que se lo sienta. ¿Uno es mejor que otro? No. Diversos en la unidad. Son dos caras de una misma moneda. Son distintos y cada cual tiene su estilo pero ambos enmarcados en la línea de conducta social que votaron la mayoría de ecuatorianos.

Lenin está pidiendo que las aguas se calmen. Quiere limpiar el aire enrarecido de odios irracionales. Quiere empezar a gobernar sanando espacios y lugares públicos como si fuera un chamán que limpiara su casa de agotadoras vibraciones. Es su casa, su espacio, se la ganó, tengamos paciencia, dejémoslo obrar. No hay que censurar sin conocer, quitarnos de los ojos la niebla de los prejuicios y esperar. El tiempo dirá si es ingenuidad o sabiduría. Pero la inteligencia nos dice que debemos confiar y tener fe.

Lenin no es Rafael. Y es bueno que así sea. Son diferentes pero ambos en el mismo proyecto y con la misma voluntad de mejorar la vida de los más desposeídos, porque Ecuador sigue siendo un país de un puñado de ricos y un montón de pobres.

Seamos sensatos, seamos prudentes y seamos, especialmente, pacientes. Cuidado la división es peligrosa: es suicida. Torna un vendaval lo que debió ser una ligera ventisca. Toda comparación es odiosa, porque el mundo es diverso y hay muchas maneras de hacer lo mismo de diferentes modos.

Paciencia, dejemos hablar al tiempo… (O)