Guillermo Lasso ha trascendido a la ideología. Desde septiembre de 2012, por lo menos. Antes de eso la vida lo había hecho liberal. Pero esta contradicción intelectual no creo que sea producto de un candidato que ha pasado casi 4 años en campaña, como aquello que se destella de esos videos de Lasso tratando de ser ‘popular’, en el amplio sentido de la palabra, que suele llevar al espectador a un terreno incómodo. Por lo contrario, creo que esa indefinición es una descripción perfecta para un liberal que ve en su propio liberalismo el estado natural de las cosas. Entonces sí, no hay necesidad de tener ideologías en un mundo así. El mundo es la ideología.
Voy a partir de la ‘buena fe’, algo que invoca Lasso cada mes impar, despojándome de mis prejuicios sobre la banca y los banqueros, y asumir que la candidatura de Lasso no es un siniestro plan de la élite financiera por cargarse, una vez más, al país. Es decir, parto por creer que Guillermo Lasso efectivamente cree en que “la principal enfermedad (del Ecuador) es la pobreza” y que busca acabar con ella. Creo que quiere crear empleo, que quiere establecer una democracia plena con independencia de poderes, plena libertad de expresión y derogar la Ley Orgánica de Comunicación (sus ‘promesas’ de campaña, supongo). Pero esto lo va a decir absolutamente todo candidato, en una de las millones de variaciones que se puedan inventar (menos lo de la LOC, que ahí sí se divide el campo). Todos quieren acabar con al pobreza. Todos quieren democracia plena. Todos quieren libertad de expresión. Lo importante es cómo lo quieren lograr.
El problema de no tener ideología es precisamente el cómo. Pero sabemos, de su boca, que es admirador de la Revolución Silenciosa de Aznar en España. Sabemos, entonces, que en España es inelegible. Pero eso no significa que admiración signifique replicación. Lasso quiere crear empleo, y lo quiere hacer haciendo “lo opuesto del Gobierno actual”. “Que (los ecuatorianos) dejen de ser inquilinos del Estado y pasen a ser una sociedad de propietarios”, dijo en una entrevista con Janet Hinostroza. Y esto es una idea perversa, por el eufemismo y por modelo.
El eufemismo de los ‘inquilinos del Estado’ es sugerir que 1) los que se benefician del Estado no deben hacerlo, 2) que el que recibe del Estado lo hace en lugar de trabajar, y 3) que aquellos que lo hacen no contribuyen en nada para la creación de ese Estado. Es decir, una persona que recibe el Bono de Desarrollo Humano lo hace porque no quiere trabajar, pero que -además- su contribución para este bono es inexistente. Es decir, que el Estado es una institución separada de la sociedad, creada para cooptar, y que aquel ‘inquilino’ lo es porque no se han creado las garantías para que deje de serlo (en este caso, para trabajar). Y, sin embargo, lo que se busca es, precisamente, suplir la incapacidad del mercado de crear estas garantías o, más apegado a nuestro propio Estado donde no se han revolucionado las relaciones sociales y económicas, compensar a los perdedores del capitalismo. Ese mismo capitalismo y ese Estado que le ha permitido amasar su fortuna, Sr. Lasso, mientras otros mueren de hambre.
Luego está el modelo. Es la idea de un estado burgués, una ‘sociedad de propietarios’. Pero para ser propietarios se necesita capital. Y el capital, en una sociedad tan desigual como la nuestra, sigue concentrado en pocas manos. Quienes seguramente buscarán prestar ese capital (con su debido interés) a quienes no lo tienen, porque esta es una sociedad de propietarios. Entonces será una ‘sociedad de endeudados’, que tendrá que trabajar para todos esos otros propietarios, los de siempre, sin un Estado que los proteja (como la España que dejó Aznar). Porque, al final del día, para crear un estado burgués se necesita un chorro de gente que no lo sea. Y eso parece que Lasso ha olvidado. (O)