Bastaría con la colección de argumentos, supuestas tesis y una cascada de coincidencias. El tiempo lo dirá. Pero antes habrá que dejarles a los historiadores algunas pistas para entender hasta dónde ese discurso único, la confluencia armónica y el consenso pleno desde un sector de la llamada opinión pública ha dado pie a una sola afirmación: no hubo intento de golpe, mucho menos de magnicidio, peor aún una conspiración fraguada desde una campaña de desinformación.
¿Dónde quedó el periodismo responsable tras lo sucedido el 30-S? ¿Los matices en las coberturas desaparecieron porque hubo un libreto unificador?¿Acaso las supuestas revelaciones del general Ernesto González otorgan la oportunidad para revisar el comportamiento ético de los medios sobre un hecho por demás dramático y antidemocrático por donde se lo vea?
Y quizá cabe una pregunta más que solo el mismo general González debería responder si afronta entrevistas sin tanta generosidad: ¿Es casual que pocos días antes de cumplirse el octavo aniversario del Gobierno salga a los medios a promocionar la presentación de su libro y el contenido de su testimonio?
Partamos de la buena fe del general. Si su objetivo era contar su verdad y con ello garantizar a su mando militar ninguna responsabilidad penal a futuro, lo escrito y lo dicho públicamente solo conforma ya no una hipótesis sino una verdad, que los medios y, sobre todo, ciertos entrevistadores soslayan con absoluta determinación: lo ocurrido el 30-S no fue explicado a cabalidad por esa prensa y fue necesario (irónicamente) que un militar de alto rango salga a decir que sí hubo francotiradores, uso de armamento militar en manos de policías, ‘retención’ y alto riesgo de la vida del Presidente de todos los ecuatorianos.
Y algo más grave: cierto alto oficial ‘compartió’ información reservada y secreta del Estado con una potencia extranjera. ¿En otros tiempos no se llamaría a eso alta traición? Si un oficial hubiese sido informante de Perú, ¿cómo habría sido procesado? ¿Hay escándalo mediático por ello? No, al contrario, el oficial señalado recibió estos días otra atención generosa de un diario ‘independiente’ y ‘muy nacionalista’. ¿Cuántas veces entrevistaron en dos canales a ese oficial y jamás le cuestionaron ese ‘trabajito’?
Ya parecen lejanos los días en que la invasión a Angostura (para ese periodismo nacional obsecuente con las tesis más uribistas) constituyó la gran oportunidad para justificar las hipótesis de que Ecuador era la gran base guerrillera de las FARC. Y ahora, gracias a la versión del general González, sabemos que hubo hechos oscuros y hasta informes extraños sobre cómo actuaron aparatos militares extranjeros en toda la operación que violentó nuestra soberanía y condujo a la ruptura de relaciones con Colombia, como nunca antes había ocurrido.
La verdad: el periodismo ecuatoriano (ese que se autocalifica de único y verdadero, pleno y antipoder) escribió una página triste, lamentable y bochornosa de su historia cuando le tocó registrar y documentar, analizar y reflexionar sobre los acontecimientos del 30 de septiembre de 2010. Y lo sigue haciendo ahora, a propósito de un libro que no se reduce a lo ocurrido a esa fecha, sino al informe de la Comisión de la Verdad y el rol de las Fuerzas Armadas, sus mandos y principios a lo largo de los últimos ocho años. Entonces, ¿no es sublime esa conducta que se precia de digna, noble y ética de dientes para afuera?