Más allá de los conceptos, críticas y hasta procesos que se puedan ocurrir alrededor del programa nacional, hay algo que lo coloca en una dimensión distinta: refleja y revela una realidad, quizá la más compleja y violenta de nuestra sociedad, la violencia intrafamiliar más grotesca.
Hace años (cuando los medios eran objeto de crítica ácida de quienes ahora defienden la libertad de expresión como un valor absoluto y absolutista de la democracia) ese programa habría sido objeto de la mirada cruel de especialistas en derechos y de críticos de medios. No me cabe la menor duda. Y, por supuesto, habría existido un debate público provechoso.
¿Por qué habría que suspenderlo? ¿De qué modo esa medida alimenta o por lo menos ventila el tema de fondo? ¿No sería mejor que esté ahí para que nos dé vergüenza colectiva ser una sociedad machista, sexista y violenta? ¿Por qué después de cada ‘episodio’ los productores y el mismo canal no abren un espacio para la crítica de especialistas y de televidentes? ¿Con ello no ponemos en otra dimensión a la crítica como un sustento de la reflexión y autoidentificación?
David Reinoso tiene un mérito en su trabajo artístico general: reproducir, imitar y mimetizar esos lados y aspectos más irónicos e hipócritas de nuestra sociedad. ¿Es fácil hacerlo? Sí. Le damos todas las facilidades. Quizá lo más difícil es hacer de ese trabajo no solo un reflejo o una imitación, sino una densa y compleja construcción de referentes, condumios y valores y antivalores para un público menos elemental.
Y, claro, como la competencia en ese terreno escasea, los programas de Reinoso quedan como baluartes sin filtro ni ‘expiación’ social. Pero también hay otro elemento: lo que hace parecería una reafirmación simple de esos antivalores expuestos. De ese modo calza en unas audiencias poco formadas para distinguir entre lo que es sexismo, racismo y homofobia con todo lo contrario o con lo que se quiere construir para una sociedad tolerante, respetuosa, comprensiva con el otro.
Ahora bien, si ese programa dejara de exhibirse, nos quedaría una duda también: ¿la sociedad que refleja cambiaría en algo, aunque sea en una pizca? A lo mucho no reforzaría esos antivalores por los que es cuestionado. ¿Y entonces, qué coloca la televisión en su horario? ¿Cómo sostiene su rating?
El talento de Reinoso no debe congelarse en una fórmula exitosa porque eso no hace un artista en búsqueda de nuevos u otros modos de expresión. Claro, si lo hiciera, la televisión seguramente no compraría sus producciones. Pero más allá de eso lo que en realidad debería discutirse sobre su trabajo es si efectivamente la violencia intrafamiliar es un asunto de mofa, risa, reflexión o representación crítica para entender si hemos logrado ‘condenar’, incluso, a quienes la propagan desde otros ámbitos, quienes la reproducen y reafirman en todas sus variantes.
Entonces, cualquier medida que se tome no puede ser aislada del contexto en que ocurre el programa y gestar una verdadera pedagogía pública sobre su existencia como antivalor.