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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

La izquierda perfumada y deslactosada, según Álvaro García Linera

01 de octubre de 2015

Mucho de lo que se debatió en el II Encuentro Latinoamericano Progresista tiene hondo sentido histórico para entender la época que vivimos. Y sobre todo, en ese contexto, la conferencia del vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, tuvo unas resonancias simbólicas, en particular para entender al Estado, el poder, el llamado extractivismo y a las que él denominó izquierdas medioambientalistas coloniales, deslactosadas, perfumadas y de cafetín.

Asumido como un leninista (pocos quedan ya, pero cuánto hacen falta en el pensamiento y en la acción política), García Linera puso a pensar a un auditorio y a quienes lo siguieron en las redes sociales y medios digitales y tradicionales que transmitieron su brillante conferencia. En lo fundamental, porque desde su experiencia en el poder político hizo una revisión de lo que han sido estos 15 años de América Latina y el rol de la izquierda en cada uno de nuestros pueblos. No fue una apología de todo lo hecho. Al contrario, fue una reflexión crítica y pragmática a favor de mirar hacia adelante, dejar de lado ese falso idealismo y un cierto tufo purista y hasta dogmático a la disputa por el poder y al legítimo derecho de acceder a la administración del Estado si se piensa en la gente.

Entonces hubo en su relato una clara alusión a dos aspectos clave de lo ocurrido estos años: se ha gobernado, se han alcanzado éxitos en la gestión y en la transformación de nuestras realidades, pero de a poco nos hemos alejado de las organizaciones sociales, de los sindicatos, universidades, comunidades y colectivos. Al destacar que los movimientos políticos ahora en el poder salieron de la lucha de las calles, no se puede alejar de esa matriz, pero al mismo tiempo tampoco por eso se puede (como quiere la izquierda deslactosada) hacerle pucheros a la compleja responsabilidad de administrar el Estado.

Claro, para no ensuciarse, mancharse, equivocarse y hasta acertar, algunos creen que es mejor dejar a otros la política y la disputa por el poder. Pero hay otros que quieren que en su metro cuadrado no se meta el Estado y hacer de ese espacio su experimento de Revolución.

Por tanto, hay en su discurso también una advertencia a quienes creen en la revolución democrática y plebeya: la derecha empieza a usar el discurso social y hasta a los actores de esa izquierda para penetrar en el movimiento popular. ¿Cuánta responsabilidad tienen en esto esos intelectuales, dirigentes, periodistas y medios que abonan la idea de que todo gobierno es malo, que ellos son perfectos y que sin ellos nada es bueno? Sobre todo ahora que el discurso del antiextractivismo ha calado en quienes viven de ello, son los que antes jamás defendieron la naturaleza y también en todos los que creen que la justicia, la equidad y el bienestar caerán del cielo o de la buena voluntad de los poderosos o de la caridad de los banqueros y empresarios.

Pero también hubo un jalón de orejas para quienes ocupan cargos públicos o de representación popular. García Linera ha sido claro en decir que, por más que estén ahí y hagan las cosas bien, no es suficiente porque sin la organización real, el trabajo de base y la cercanía con la gente no habrá transformación cultural, estructural y con perspectiva histórica. Y en eso, para variar, hace falta insistir en todo el continente, porque nadie ni nada otorga el poder y el gobierno por decreto para siempre. (O)

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