No es culpa de Barack Obama negar la historia o intentar que el futuro no cuente con ella. Eso es responsabilidad de ese andamiaje político cultural que ahora se expresa en el llamado multiculturalismo, donde parecería que se borraran ciertas diferencias y todos abogáramos por una felicidad global y la desaparición del neocolonialismo.
Por eso también ya no hay colonias ni países sometidos, sino que hay un intervencionismo desde nuestros propios actores políticos. No hacen falta marines, para eso tenemos un Fernando Villavicencio, un César Ricaurte o un Emilio Palacio. Ellos que piden la actuación del senado o la justicia estadounidenses, o de organismos foráneos, supuestamente éticos y morales en nuestra patria, son los mejores alumnos de ese deseo de Obama de no contar con la historia y solo pensar en un supuesto futuro límpido y esterilizado donde no caben rencores ni deudas históricas añejas.
Nuestros Obamas locales han entendido bien este tema: trabajan todos los días por un futuro sin derechas ni izquierdas, con cero populismos y consignas populares, sin razas ni colores; mejor dicho ya no importan los colores ni las razas, las ideologías ni las doctrinas, aquí solo cuenta el vivir mejor y la felicidad del marketing, al mejor estilo de la publicidad de Benetton o la paleta de colores de la propaganda de Mauricio Rodas.
Lo contrario es devastador, totalitario, autoritario, comunista, revolucionario, etc. Quien cite a Lenin o a Gramsci es un nostálgico reaccionario. No cabe ya la lucha popular, insurgente y mucho menos las consignas de los proletarios. Eso, para nuestros Obamas locales, solo conduce a la pérdida de todas las libertades. Y quizá por todo eso también la marcha del 1 de Mayo solo será, para ellos, un encuentro armonioso, un ‘agárrense de las manos, unos a otros conmigo’, como dice la canción de El Puma.
Cómo será de pobre la historia para nuestros Obamas locales que el décimo aniversario de la Rebelión de los Forajidos pasó desapercibido: eso no existió, fue una golondrina que no hizo verano y apenas si constituye una manchita de los Gutiérrez con quienes ahora hay que armonizar en la nueva alianza de unidad nacional de la mano de Pachakutik y CREO.
Y tampoco para estos Obamas locales la muerte de un Eduardo Galeano es un dolor y al mismo tiempo un canto, porque él, como Benedetti o Neruda o Mariátegui o Carrera Andrade supieron enarbolar nuestras soberanías para forjar todas nuestras independencias. Porque ellos también cantaron en su momento la II Declaración de La Habana, que aunque suene a nostalgia hay que recitarla para que la Historia sea entendida en su complejidad por todas nuestras viejas y nuevas generaciones:
“Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia... Porque esta gran humanidad ha dicho ¡Basta! y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente”. (O)