La oposición política y mediática no le perdonará nunca a la actual Asamblea Nacional haber aprobado la Ley Orgánica de Comunicación, hace casi dos años. ¿Alguien recuerda qué decían entonces las encuestas de la misma empresa que ahora habla de supuesto bajo nivel de popularidad de nuestra legislatura?
La sociedad del espectáculo (de la cual habla con cierto moralismo Mario Vargas Llosa) quiere ver en todo un show mediático, un reality o un concurso de belleza, incluido el desempeño político de las autoridades estatales. Solo falta que el papa Francisco pase por ese rasero y entonces ya tendríamos el cuadro completo y el argumento central para entender por qué estamos bien, mejor, mal, peor o igual que siempre.
Y como el nivel del debate político se rige por esas lógicas, evidentemente no hay forma de salirse de ahí porque si no caemos en los motes y lugares comunes de siempre: ‘nostálgicos’, ‘gobiernistas’, ‘borregos’, ‘totalitarios’, etc. Es más, ahora se es ‘in’ si se está en la oposición a todo, no importa desde qué. Y si para eso están algunas encuestadoras o datos, con muestras mínimas, muy bien diseñadas con objetivos políticos evidentes, no cabe duda de que las conclusiones irán en un solo sentido o en la dirección que garantice el mejor titular de aquellos diarios ‘ultraindependientes’, eco de todas las causas libertarias, siempre y cuando no se afecte a un banquero o a ese empresario u ONG que sostienen los negocios mediáticos más sublimes.
Ninguna asamblea, congreso o legislatura del mundo tiene un grado de popularidad que compita con Madonna, Maradona, Messi o Shakira. Si para llegar a eso hace falta una asesoría de imagen, un consultor de marketing o un equipo de publicidad, sería mejor disolver la sede y pasar a cualquier set de televisión y convertir a los legisladores en pop stars.
Nuestra actual Asamblea Nacional cumple dos años de su primera etapa. En la dirección de la misma, como nunca antes, están tres mujeres. Y eso de sí mismo ya es un símbolo y un mensaje. Más allá de sus virtudes o defectos, las tres autoridades han cumplido con su trabajo político. Los asambleístas bajo su conducción no protagonizan escándalos, shows mediáticos, tampoco han desatado peleas campales. ¿O ya nos olvidamos de aquellos tiempos donde el entonces diputado y ahora alcalde era el más visto en las pantallas, no por su producción legislativa sino por el tono, timbre y tamaño de sus insultos y golpes? ¿A eso le llamamos fiscalización? ¿Eso nos hace falta para estar pendientes de lo que ocurre en el foro legislativo?
Una evaluación política de nuestra Asamblea sí debe ser muy crítica por la calidad de las leyes, por el ejercicio efectivo de la participación ciudadana en su elaboración, por la capacidad de procesar la realidad y convertirla en respuestas legislativas, sin caer en el clásico corporativismo de hacer de todo para gustar a todos y quedar bien solo consigo mismo.
Pero hay un balance ausente: la precaria calidad de casi todos los asambleístas de oposición, como lo dicen incluso algunos críticos de derecha, en voz baja. Hay por lo menos dos o tres que añoran repetir el ejemplo de un exdiputado socialcristiano y luego presidente, pensando que haciendo show de la fiscalización llegarán un día a Carondelet con varias medallas en el pecho. Esa época ya pasó, por suerte. (O)