Cansa y agota. Fastidia y da rabia. Molesta e inquieta. Sí. Nos miramos a nosotros mismos, cual selfie eterno, único y como la gran autorrepresentación sin filtro ni mallas. Así vivimos en estos tiempos donde la tecnología, en vez de servir para entender mejor el mundo que vivimos, constituye la aberración y hasta exacerbación de nuestros egoísmos, vanidades y/o estrictas individualidades.
¿No hay modo de entender esta conducta que se revela en muchas acciones y en determinadas circunstancias, a veces en las más nimias y en general en el comportamiento político y social? ¿Pasa, por ejemplo, por el modo de analizar la realidad, la complejidad política del momento y también por la conducta mediática de la prensa nacional y foránea?
Si los millones de selfies sirvieran para vernos hacia dentro significaría un salto cultural trascendente, pero no es así. Todo lo contrario. En estas últimas semanas, con visita de un papa de por medio, millones de imágenes (‘memes’ y selfies) parecerían configurar una realidad. Y si fuese por ello tendríamos una intrincada sociedad, unas concentraciones ‘masivas’ por todas partes y famosos a millares surgir.
Ni las misas campales de Francisco en Guayaquil y Quito estuvieron repletas, en los escenarios preparados para la ocasión. Los selfies y los primeros planos mostraban una asistencia multitudinaria, pero no fue así. Ni Samanes ni el Bicentenario estuvieron a reventar. Tampoco en El Quinche ni en la Universidad Católica hubo un gentío. Y sin embargo, las cámaras colocaron la imagen contraria y nos vendieron la sensación de que nadie podía entrar, que si lo hacía podría morir de asfixia. Lo mismo pasa con ciertas concentraciones, marchas, manifestaciones y ‘resistencias’ callejeras.
Por suerte la tecnología usada en la visita del Papa permitió observar la magnitud real de la participación de los fieles. Pero no pasa lo mismo cuando miramos el resto de concentraciones de gente y actores políticos.
Y si nos atenemos a las encuestas, alrededor del uno por ciento de la población participa en las protestas contra y a favor del Gobierno. ¿Esto significa que no hay un compromiso real y masivo de identificarse con una de las causas? ¿Viviremos algo parecido el 3 y 13 de agosto? ¿Serán los selfies la prueba real de la verdadera actitud política?
Si hay algo de confusión en todo esto, quizá pasa porque efectivamente la conducta ética en la política pierde sentido. Incluso, esa cantidad de rumores, falsos videos, ‘memes’ injuriosos y mentirosos dan prueba de cómo se entiende la política y su ética, la tecnología y las herramientas para trasladar mensajes, contenidos y sentidos a la participación, disputa y hasta conflicto. Todo ello sin descontar que los editoriales, análisis, blogs y redes sociales se ven a sí mismos, dialogan con sus propias voces. No ven al otro, les vale un pepino, porque lo más importante es cuántos seguidores tengo y cuantos likes me doy y me dan los mismos de siempre. (O)