Una de las dudas derivadas de la marcha del jueves 19 de marzo es si habrá un diálogo entre el Gobierno y las organizaciones sociales, como el FUT y la Conaie. Claro, porque las otras que estuvieron ahí (gracias a que “han quedado de lado las ideologías” y por la sublime “unidad nacional”) no son precisamente proclives a un diálogo, todo lo contrario.
El Gobierno ha marcado la cancha: con los violentos no habrá diálogo. Y con esa condición, parecería, quedan fuera quienes se alinean o forman parte de la estructura del ex-MPD. ¿Solo ellos son los violentos? ¿De verdad hay voluntad de dialogar de Carlos Pérez Guartambel o de Mesías Tatamuez? ¿De qué y de quién depende una verdadera voluntad política para sentarse a conversar? Pero lo más importante: ¿De qué exactamente se quiere hablar? Y la última pregunta: ¿Dialogar significa que esas organizaciones, dirigentes y grupos políticos van a proponer salidas apegadas a la Constitución a problemas como el cambio de la matriz productiva y un proceso sostenido de mejora de la calidad de vida o para forjar una Constituyente y, de ese modo, borrar todo lo hecho desde 2007?
Si efectivamente hay voluntad de las partes para dialogar, habrá que despejar las dudas anteriores, en lo fundamental, pero también otras que laten. Por ejemplo: ¿Hasta dónde la ‘unidad’ de las fuerzas políticas de la derecha son la pauta para grupos de la izquierda, si lo ocurrido en Cuenca parecería el sendero por donde se atrinchera la oposición? Si Guillermo Lasso no forma parte de esa unidad y su objetivo político estratégico es llegar a la Presidencia de la República, ¿qué hacen ahí militantes de Pachakutik, brazo político de la Conaie, como Milton Castillo?
A la luz de los hechos, el diálogo verdadero está ocurriendo en otro lado y entre otras organizaciones. La calle solo parece un escenario de medición de fuerzas de la misma oposición, a pesar de los enfoques de analistas como Felipe Burbano de Lara o Jorge León, quienes pierden la frescura de su mirada crítica por colgarse de la oposición y no del ‘cientifismo social’.
Si las derechas e izquierdas liberales quieren conversar con el Gobierno, primero deberían hablar entre ellas, pero no hay un solo gesto en ese terreno. No hay diálogo entre Jaime Nebot y Guillermo Lasso. Parece que ahí la muralla es más grande y por ende la consecuencia es clara: los grupos que se movilizan alrededor de esos dos líderes quedan desconectados por repulsión o antagonismo personal. Paúl Carrasco no podría unir a Mauricio Rodas con César Montúfar, mucho menos a Fausto Cobo con Lucio Gutiérrez. Entonces, ¿de qué unidad hablamos?
La agenda política no está clara porque no se trata de hacer política, solo estamos ante la medición de fuerzas para constituir las listas de las elecciones presidenciales y legislativas de febrero de 2017. Así de simple.
Dejar de lado las ideologías y llamar a la unidad de consenso para una Constituyente (como añora Enrique Ayala Mora) no es político ni una estrategia potente en un país que se ha politizado de muchos modos, con una clase media en búsqueda de un horizonte sembrado en la Revolución Ciudadana, y no en el neoliberalismo que va quedando en el pasado.
Y si todo lo que ocurre es producto de la ingenuidad política de las derechas, los derrotados son la Conaie y el FUT, por más legítimas que sean sus propuestas y plataformas gremiales.