Se lee que fue Judas quien llevó a Jesús hacia el desierto para enfrentarse a la disyuntiva de adorar al becerro de oro o al dios nacido en el desierto. En el capítulo XVIII se dice su nombre: Judas de Kerioth (un pueblo situado a poca distancia de Hebrón), quien habría frecuentado el negocio de los romanos.
Está en el libro Rey Jesús de Robert Graves (famoso por su Yo, Claudio, donde el emperador tiene un sirviente que le recuerda que es inmortal, para que eluda la vanidad). Está el libro de Guía de la Biblia, de Isaac Asimov, quien hurga los orígenes del nombre: Iscariote que se sabe es ‘habitante de Cariot’, pero sugiere que tal vez la palabra sea Sicariote, es decir Judas el ‘terrorista’ (acaso de la secta de los zelotes). En otras palabras, que miró a un Jesús más proclive a pactar con el César que con una rebelión.
En Mateo están las palabras fatales de Judas, quien lo iba a entregar: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, dijo. Hay el cuento ‘Tres versiones de Judas’, de Borges: “Judas, único entre los apóstoles, intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesús. El Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator (el peor delito que la infamia soporta) y ser huésped del fuego que no se apaga”. En el recientemente descubierto apócrifo Evangelio de Judas se sabe que Jesús le dijo: “Aléjate de los demás y te diré los misterios del reino”.
Hay un cuento de César Dávila Andrade sobre el tema. Y está, no podía faltar, el terrible canto XXXIV, de la Divina Comedia, de Dante Alighieri, donde habla de los traidores al amigo: Judas, Bruto, Casio, enfrentados a la boca de Satanás.
El poema ‘Cristo en la cruz’, de Borges, proclama: “Los pies tocan la tierra. / Los tres maderos son de igual altura… El hombre quebrantado sufre y calla. / La corona de espinas lo lastima. / ¿De qué puede servirme que aquel hombre / haya sufrido, si yo sufro ahora?”.
Tengo en mis manos -para mi propia salvación- el libro Así hablaba Zaratustra, de Friedrich Nietzsche: “Ahí están sacerdotes: y aun cuando son mis enemigos, os pido pasar junto a ellos sin decir nada y con la espada envainada”. Algo parecido, siglos antes, lo dijo el Quijote: “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”, a lo que el escudero en asno replicó: “Ya lo veo -respondió Sancho-, y ruega a Dios que no demos con nuestra sepultura…”. Volviendo al tema de los amigos, William Shakespeare nos legó una frase: “Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba / engánchalos a tu alma con ganchos de acero”.
Tuve que realizar este ejercicio para entender las palabras de Borges, a propósito del olvidado objeto: “De los diversos instrumentos inventados por el hombre el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Solo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”.
El libro es eso, la posibilidad de convocar a grandes amigos, incluido Judas, que hablan en páginas y que nos muestran que no hay verdad absoluta. Hasta Jojen Reed lo sabía: “Un lector vive mil vidas antes de morir, el que no lee solo vive una”. Este día, tal vez llame a mi puerta Scheherazade, subida en su alfombra mágica. (O)