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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Esa necesidad de contar con ciertos monstruos

28 de junio de 2015

Hay que distinguir monstruos de fantasmas. Estos últimos no existen, pueden ser una metáfora, pero no más. Los primeros están ahí, existen y hasta sobreviven, a pesar de que cierto pasado los condena o identifica como lo que son en esencia. Uno de ellos huele a sangre cada vez que revisamos su historia, aquella ominosa que pobló de dolor esos años donde querían matar al pavo la víspera sin temor a ningún dios.

El olvido es otra forma de memoria. Y por ello algunos muy memoriosos quieren borrarla haciendo de esos monstruos nuestros salvadores del presente. Los colocan como el espejo en el que deberíamos vernos quienes fuimos torturados, perseguidos y encarcelados. Ahora esos monstruos salen a usar categorías y conceptos de la fraseología de los derechos humanos, de los trabajadores, de la justicia y de la democracia. Quienes en  la década del 80 encarcelaban, reclaman ahora libertad absoluta.

Pero, a pesar de los pesares, esos monstruos son necesarios y vitales. Sin ellos no entenderíamos la diferencia entre lo justo y lo utilitario. Los monstruos del pasado no deambulan como dicen que lo hacen los fantasmas o ciertos espíritus. Aparecen en las pantallas y ahora en las calles como si fuesen la reencarnación del bien sublime. Y son considerados como la razón pura para justificar, como ya hicieron antes, la desestabilización.

Los monstruos son necesarios para la salud mental social. Contienen ese condumio insoslayable para entender por qué hemos construido un proceso político complejo, más allá de los esquemas y modelos dibujados en las ONG bien financiadas desde el norte. Acumulan un conjunto de visiones encarnadas en un machismo recalcitrante, una homofobia retorcida y un genuino afán de disolverlo todo en el precipicio, al costo que sea.

Esos monstruos ahora reciben el silencio cargado de aplausos secos de quienes recibieron hasta su condena de muerte, cuando militaban en la insurgencia ochentera o de algunos defensores de los derechos humanos barredores de toda memoria y sembradores de todos los olvidos.

Bienvenido, en particular, un monstruo que por suerte nunca llegó a la Presidencia porque nadie podrá olvidar sus exabruptos alcohólicos, sus arrebatos ‘testiculares’, las largas ausencias por culpa de condenas morales de sus propios y más cercanos allegados y por la ausencia de una visión de país por estar concentrado en los negocios de sus asociados en proyectos inmobiliarios de gran expansión en sus zonas de influencia.

Lástima que esos monstruos no sostengan la entereza para afrontar las responsabilidades de sus propias creaciones y del efecto en acólitos de quienes antes hasta escribieron libros sobre obras jugosas, como aquel presentador mediático que cuando lo entrevista no sostiene la mirada directa a los ojos del monstruo que un día combatió por cierto pudor político.

Para bien de la historia de este país esos monstruos -y uno en particular- están ahí para no dejarnos olvidar lo que un día fue la peor etapa para la democracia, los derechos humanos, la justicia, la administración pública y la ética pública. (O)

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