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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

El uso pervertido de un informe secreto

29 de noviembre de 2015

Andan por ahí en reuniones secretas y medio públicas. Lo dicen en público a través de anónimos y en privado se llenan la boca de un moralismo para juzgar y señalar con el dedo supuestos crímenes. Y, claro, desde ahí se elabora una serie de teorías para justificar su existencia política, por supuesto cargada de razones morales que explicarían por qué se oponen a un proyecto político, a un modo de ver el mundo, de entenderlo y también, ¿por qué no?, a su activa pero simulada participación política en el supuesto debate nacional.

Ahora tienen como herramienta las redes sociales. Un invento maravilloso para un fin múltiple. Sin embargo, esos pervertidos de la política la usan como lanzafuegos. Cuentan que allí hay varios oficiales en servicio pasivo -de cualquiera de las ramas, eso no importa- que se transfiguran en sublimes hombres y mujeres de plena dignidad. ¿Son acaso ellos los que divulgan supuestos crímenes, ofensas morales a la familia y hasta delitos no comprobados de funcionarios públicos y de ‘correístas’ empedernidos? Quisiera dudar. Pero hay pruebas: un coronel en servicio pasivo recorre los medios privados, los cocteles de las embajadas ‘amigas’ y ciertos círculos sociales (donde caben esos clubes y asociaciones, muchas veces de uso exclusivo de caballeros, ahí no entran las damas) y desde allí -en voz baja cuando supone que le están grabando todo y en voz alta cuando hace gala de su sapiencia (basada en supuestos informes secretos que solo él ha visto)- hace su trabajo más feroz: divulgar supuestos informes secretos, ofender, injuriar, blasfemar e inventar historias sobre el pasado de los actuales gobernantes y de sus seguidores. Se pasa en eso como las señoras de avanzada edad que salen a la tienda de la esquina a contar vida y milagros de esas jovencitas que llegan a la casa en la madrugada y solo salen por las noches con un nuevo amante.

Pero quizá él hace su trabajo. No le pagan, pero recibe puntual su pensión de retirado o de oficial en servicio pasivo. Su convicción es combatir al ‘enemigo interno’. No ha dejado de leer los manuales de la Doctrina de Seguridad Nacional. Lo grave de todo es que los periodistas y diplomáticos, políticos y activistas de las onegés, comentaristas y adustos y sublimes portaestandartes de la verdad son los que reproducen sus falacias e insidias (como ese ‘académico’ de un portal web). Con la misma pasta de los tiempos de los tinterillos de la época de La Linares murmuran y envilecen la conversación: “Sí, sí, claro, me lo han dicho, me han informado por otras fuentes de lo mismo. Uy, sí, claro, es así, quién lo diría, pero si se lo veía tan abierto y modosito. Ya ven, nadie sabe lo de nadie, quién diría que sería capaz de semejante crimen...”. Y ese oficial, con los ojos brillosos, goza por la misión cumplida: ha inoculado la mentira; del huevo de serpiente ha brotado su esencia: desfigurar y destruir la imagen de su ‘enemigo interno’, por ahora un periodista que hace su trabajo desde un medio público. Nunca antes lo hicieron porque era un nadie, andaba por el mundo con sus mismas ilusiones y peleas cotidianas. Ahora, al ejercer un cargo desde donde, supuestamente, puede crear una corriente de opinión, hay que actuar y para ello hace falta una movilización rápida de sus contactos, amigos y compinches.

Y seguirá por ahí haciendo ese uso perverso y pervertido de un supuesto informe secreto que ni el más alto y más dotado experto en inteligencia que ha existido en este país sabe que es verdadero. Ya lo tienen identificado, “se ha ido de lengua”, me dijo un amigo, alto oficial de las Fuerzas Armadas. Y también me lo confirmó un entrañable periodista, a quien le ‘revela’ secretos que no son sino elucubraciones o piezas de un juego de escenarios de su guerra hasta que “retornemos a la democracia”.

La lógica y espíritu de la Guerra Fría no ha terminado. Y queda advertida la ‘opinión pública’ de que en esa lógica no dudarían algún día meterme un tiro o hacer algo con mi familia bajo el manto de un accidente o de un crimen callejero o de un asalto de delincuentes comunes y avezados. (O)

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