Empecemos por lo obvio: si no existiese en perspectiva la construcción del metro, ¿de qué hablaríamos ahora? ¿De los teleféricos? ¿De los pasajes? ¿De los mercados? Pues caben todas las preguntas y ninguna infla una sospecha o indicio de algo plausible en el corto plazo. Claro, el aeropuerto está hecho, la Ruta Viva terminada, muchos barrios legalizados, el Parque Bicentenario en desarrollo, etc.
Por lo pronto, hay una sensación de que, al empezar el año, en la capital del Ecuador no hay proyecto de ciudad, cultural y mucho menos político. Más allá de la obra o el deterioro de algunos procesos sociales, lo de fondo es que no sabemos qué tipo de comunidad estamos construyendo desde las lógicas de cada grupo, asociación, individuos, empresas o instituciones. Es más, parecería que una mano invisible o unos hilos ocultos construyen esa ciudad sin que tengamos conciencia de qué pasa en sus intersticios.
Visto así el futuro, solo queda el metro, y este, en el imaginario de los quiteños, es una de esas obras monumentales sobre la que se asientan muchas apuestas. Y como tal se instala como la solución ideal al complejo problema del tráfico, y también como la plataforma política para sustentar ese supuesto principio de la popularidad: tener obra que mostrar en el currículum de los candidatos a otra dignidad.
Pero hay algo más que ronda en los imaginarios y en la búsqueda de explicaciones de lo que en realidad se desea para esta ciudad: se ha consolidado una clase media, ya es la población más alta entre los estratos sociales y, con su lógica, ¿revela unas expresiones que no necesariamente coinciden con un proyecto político concreto y está más anclada al consumismo? Y por ello, ¿su razón de ser en estas circunstancias está sometida a un ingreso fijo y a la estabilidad laboral?
Para entender el párrafo anterior bastaría con dar dos o tres puntadas a la propuesta cultural inexistente, a las instituciones cada vez menos sólidas en el terreno artístico y a un sector sumamente criticista sin mayor coherencia con ciertas tendencias y hasta rupturas en el campo de las ideas y de las innovaciones. ¿Dónde se asientan y movilizan los circuitos artísticos si, por ejemplo, un Quitofest se fue a Cuenca o no contamos con el festival de cine Cero Latitud?
Si esa clase media (con un gran estímulo y hasta extraña coincidencia con las élites económicas) definió hace casi un año el nuevo rumbo político de la ciudad, ¿no se articula solo al consumo por el consumo? ¿No es la misma lógica y sustancia arribista de una clase media aspirando a ser como sus élites sin importar el costo ambiental y mucho menos para romper con la desigualdad?
Posiblemente el Quito que queremos es el que merecemos, por no asumir con mayor conciencia el tipo de ciudad acorde a nuestras propias necesidades y anhelos, y por estar sometidos ‘inconscientemente’ a la matriz desarrollista con la que estamos coqueteando todo el tiempo. Y no se trata de una conciencia intelectual y/o artística que regule u oriente el debate y las expectativas. Al contrario, teniendo como el mayor capital la belleza, el patrimonio, una voluptuosa cantera de posibilidades para la inversión, ¿apostamos solo por el turismo en su forma más capitalista: inversión en monstruosos ‘cinco estrellas’, consumismo exacerbante y una urbe de postal hollywoodesca? ¿No nos falta en ese escenario volver a las corridas de toros y, supuestamente, retomar nuestras mejores tradiciones quiteñas y con ello recuperar a esa capitalidad aristocrática que algunos añoran?
Es decir, ahora pesa más el desasosiego. Y sin duda como producto de la carencia de liderazgo político para entender y polemizar sobre las verdaderas neuronas que movilizan a una ciudad. En ese afán de quedar bien con todos, de no bajar en las encuestas o para ser popular sin concebir lo esencialmente popular, el vacío existente deja espacio y conductos para cualquier experimento político.
Por supuesto: al diluirse lo que ya iba siendo una posibilidad (la incorporación de los barrios populares en la dinámica institucional municipal y en las redes de solidaridad y de inclusión de todo tipo) la capital de los ecuatorianos entra en un paréntesis que no puede romperse con la construcción del metro o con el acuerdo con los choferes que solo hipoteca una decisión responsable.
Si el ‘populismo’ era ese mal que las élites intelectuales, comerciales y empresariales cuestionaron, la respuesta o cura fue peor que la supuesta enfermedad. Al inaugurar una etapa de falsas expectativas y una edulcorada alcaldía multicolor, ‘ni de derechas ni de izquierdas’, acotada por un empresariado anclado en la absoluta rentabilidad y una clase media ansiosa de parecerse a los estereotipos del pensamiento liberal dominante, no estaría mal abrir un espacio para la reflexión y la discusión de fondo, más allá de los tormentosos y hasta aburridos ‘memes’ cotidianos a los que nos están sometiendo las redes sociales más banales.