Estamos viviendo la mayor expresión de esa unidad perniciosa y acrítica del ejercicio periodístico. Así como no se hace verdadera crítica del cine, teatro, pintura y literatura nacionales, por el solo hecho de que en los medios no se quieren pelear con sus panas, bajo el prurito que una crítica de fondo solo acarrea desprestigio para unos creadores que requieren apoyo para crecer; así también ahora la ausencia de una crítica real al periodismo ha consagrado a ciertas ‘vacas sagradas’ que no han hecho ni un reportaje de calidad y mucho menos una investigación de fondo (solo escriben muchos ‘tuits’ y unos cuantos artículos escandalosos).
Gracias al financiamiento que reciben de ONG foráneas los supuestos observatorios de medios ahora solo se dedican a victimizar a quienes hacen el periodismo más mediocre. Bastaría revisar las listas de ‘agravios’ contra el periodismo para detectar que la gran mayoría es por causas de un ejercicio profesional precario y cargado de propósitos políticos. Ahí están las pruebas.
La opinión (en editoriales, artículos o comentarios) es solo una parte del periodismo. Es importante, sí, pero el periodismo verdadero y crudo está en otra parte. ¿Dónde están los periodistas culturales? ¿Qué cantera de cronistas tenemos en esos medios que se declaran puros y castos? ¿Cuántos enfoques profundos han publicado ahí mismo sobre la crisis económica mundial que empezó en 2008? No, ahora solo son periodistas los que opinan, quienes cargan de adjetivos sus artículos y vociferan contra supuestas tiranías y dictaduras. Y como así han decretado esas ‘vacas sagradas’ ahora las nuevas generaciones solo cuentan con ese referente de ejercicio profesional y creen que todo reportaje, entrevista, perfil, crónica o noticia debe llevar su comentario sesudo, inteligente y muy particular. No importa su sintaxis y gramática, todo vale.
Y hay algo más grave: resulta que para ser reconocido como periodista ahora hace falta ser un ‘tuitero’ empedernido, pasarse horas de horas en esa red social, lanzando caca con ventilador y luego recibir los aplausos de su tribu de seguidores. Y si para eso hay que estar en la redacción sin hacer más que consumir energía eléctrica y no pensar, pues mejor. Importan los seguidores, no los lectores.
Claro, ello ocurre por motivos diversos, pero el fundamental es porque se olvidaron de que la esencia del periodismo es pensar, solo pensar, pero también servir a las audiencias, no servirse de ellas. Y también porque su valor vital es el exhibicionismo. En tiempos de espectáculo y banalidad, los periodistas puros y castos, las víctimas y mártires de sí mismos, nacen a millares surgir, se regodean de su enorme capacidad de ‘tuitear’, pero ninguno de ellos, por ejemplo, aparece en las antologías de la crónica latinoamericana, solo reciben premios de esas entidades que son las mismas que financian los observatorios de medios y para garantizar un ruido sostenido, no más que eso: ruido.
Ese periodismo de altares y de mártires solo existe, además, en esos mismos medios que alimentan su mediocridad. Por suerte, no todo es así y crecen otros periodistas haciendo lo que ordenan los grandes maestros: un oficio con humildad y modestia. La historia los reconocerá y colocará en su justo lugar. (O)