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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

El pensamiento crítico para actuar y crear

08 de noviembre de 2015

Me valgo del artículo de Emir Sader -publicado este viernes último en este diario- para pensar conjuntamente con otro de Francois Houtart -también publicado en la misma edición y hoy en el suplemento cartoNPiedra- sobre lo ocurrido en el pensamiento crítico latinoamericano, más allá de las academias, sobre todo en lo que supuestamente ocurre como pensamiento en la prensa de nuestra región, donde ciertas columnas expresarían ese modo de ver la realidad.

Y bien vale la cita del verso de Pablo Milanés (“Los caminos que encontramos hechos / son desechos de viejos destinos. / No crucemos por esos caminos / Porque solo son caminos muertos”) que hace Sader porque en medio de cierta zozobra o desencanto a nuestra vieja izquierda y a una intelectualidad no se les ha ocurrido mejor idea que volver a repasar los trillos del neoliberalismo.

Claro, dirán que se trata de hacer una verdadera revolución (¿marxista-leninista ortodoxa?), que todas las realizadas en los gobiernos progresistas no son tales y, por lo mismo, ellos, y solo ellos, están predestinados porque sus pensamientos, ideas, teorías y argumentos siguen vigentes, puros y cargados de una moralidad casi vaticana.

Sader dice con claridad: “Fue una tragedia para la izquierda la separación entre una práctica sin teoría -que a menudo se pierde en los meandros de la institucionalidad vigente- y una teoría sin trascendencia concreta -que se pierde en sí misma-... Hoy es indispensable rescatar la articulación entre pensamiento crítico y lucha de superación del neoliberalismo, entre teoría y práctica, entre intelectualidad y compromiso político concreto. Si los viejos caminos se han desviado de esas vías, nuevos tienen que ser abiertos, los espacios públicos conquistados ahí están para ser ocupados”.

Obviamente. Quienes no gobiernan miran (sin mancharse ni comprometerse) la gestión de sus adversarios políticos señalan los errores -supuestos y verdaderos- para erigirse como los portadores de la razón y de todas las verdades. Con esa actitud -además- revelan esa poca vocación de poder, porque junto con las derechas y los medios parece que el poder les apesta y todo cambio solo vendrá desde una resistencia milenaria, eterna y muy digna.

Incluso, algunos ahora ya derivan en eso que se llama la pospolítica: no hay derechas ni izquierdas, no hace falta la confrontación, de hecho la lucha de clases ha desaparecido, ahora lo único válido es la armonía, el consenso y el multicolor. Por eso las izquierdas puras quiteñas ven al alcalde Rodas con gafas bien oscuras, no dicen ni pío de lo que deja de hacer, y mucho menos a quién sirve con su trabajo (no olvidemos que el candidato a alcalde de Pachakutik pidió votar por SUMA).

Ese ‘pensamiento crítico’ habla mal del poder, quiere desarrollo sin Estado, tal cual lo propone un Guillermo Lasso o un Alberto Dahik. Por cierto, ellos dos solo necesitan del Estado cuando las crisis económicas globales golpean a los empresarios y entonces piden eliminar impuestos, estímulos tributarios y, por si fuera poco, salvatajes de toda clase.

El pensamiento crítico responsable y verdadero debe dar luz a la sociedad de los reales problemas de nuestra situación donde todavía quedan poderes fácticos que, de un modo u otro, ordenan la vida a través de sus ‘tradiciones’, influencias y hasta fortunas. Nos debe obligar a todos a pensar sobre qué tipo de desarrollo es posible en medio de dificultades económicas mundiales. Y, por lo mismo, generar debates y reflexiones por encima de ciertos personalismos. Incluso si hay una actitud responsable, decirnos hasta dónde los procesos políticos progresistas han sentado las bases para una opción al capitalismo, que deje de lado la prevalencia del capital y pondere al ser humano, a la naturaleza y a los derechos fundamentales.
Y algo también es muy cierto: mientras la izquierda no gobernaba todas las teorías eran efectivas, plausibles, en el papel había gobiernos y tensiones sociales plenas, solubles y hasta armónicas. Pero cuando se asume la tarea de conducir el Estado, esas izquierdas puras se hicieron a un lado, no se quisieron manchar y mucho menos enfrentar a los verdaderos poderes. Miren los ejemplos en Brasil, Argentina y Bolivia. Y los pensadores de esas izquierdas ahora comulgan con el liberalismo más rancio para sustentar los moldes y hasta los lugares comunes de la democracia tradicional. Ojalá leyeran más de una vez los versos de Pablo Milanés para entenderse a sí mismos y solventar de otros modos propuestas de pensamiento para los tiempos venideros.

Unos pensadores críticos responsables y creativos deberían mirar los nuevos tiempos “para la construcción de una ética adecuada, de un pensamiento crítico y de valores espirituales capaces de transformar lo cotidiano y de dar un sentido a la vida”, como dice Houtart. Por lo menos la América Latina de hoy no es para nada parecida a la de inicios de este siglo. Y mucho menos los procesos emancipadores se parecen a los que ocurrieron en Cuba o Nicaragua. Al contrario, se dieron en plena democracia liberal, con las mismas instituciones y con oposición de empresarios, iglesias, medios y unas ‘tradiciones’ capitalistas. Sobre ello es lo que hay que hablar y pensar.

Y, obviamente, habría que empezar a definir o reinventar el concepto de izquierda para entendernos mejor. La usurpación hecha al término por aquellos que se oponen al ‘poder’ y solo piensan desde esa actitud, bien podrían llamarse de cualquier modo, menos de izquierda, porque en el fondo son unos conservadores arraigados en mantener el statu quo para poder seguir ‘luchando’ indefinidamente, resistiendo por siempre, para con ello, además de recibir fondos de los países ‘desarrollados’, no mancharse las manos, erigirse como santos de castidad plena y determinar su santidad por la suma de comunicados, proclamas y plantones por los siglos de los siglos.

La izquierda es insurgente, ante todo. También pragmática y soñadora, una suma que permite mirar la transformación como un proceso posible. Afronta los retos para reivindicar al pueblo, no para aplicar los manuales añejos.

O sea, es una izquierda con sentido popular, para determinar rumbos desde los ejes de una nación que ha sido sometida desde muchos siglos a modos de ver y pensar, pero sin su participación. Lo popular para la izquierda deslactosada -como bien la definió Álvaro García Linera- solo es parte del folclor. No cabe en sus planes porque solo lo miran desde ciertas ONG como un dato del paisaje.

La izquierda evidentemente es y debe ser revolucionaria y democrática. Y solo así se entiende y debe imaginarse desde un pensamiento verdaderamente crítico. (O)

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