podemos especular y hasta ironizar, pero vale la ocasión ante tanta declaración radical. No hablo solo por lo ocurrido esta semana, sino porque parece ya una marca registrada o un ADN bien instalado en nuestra conducta política: muchos dicen “iremos hasta las últimas consecuencias”. Y no se sabe cuáles son esas, dónde terminan y cuál es efectivamente el resultado al que se aspira para llegar “hasta las últimas...”.
Sin llegar hasta las madrugadas de los siglos pasados, solo veamos la del presente. Quienes más se autocalifican de patriotas e incólumes demócratas han dicho esa frase en todos los momentos y sin embargo sabemos que de ella no pasan y, cuando mucho, se autoconvencen de que la última consecuencia ha sido volver a la casa jurando que se hizo lo posible, pero no se pudo más que eso.
Cuando estaba en auge la convicción de que la revolución se hacía con la lucha armada, los líderes de entonces la emulaban de todas las formas, bajo el argumento teórico de rigor y los manuales más expeditos, con la sapiencia que daban los ejemplos insignes de aquellos héroes de los que ahora reniegan. Y jamás empuñaron un arma o se involucraron en un operativo militar a favor de la ‘causa’. Para no llegar “hasta las últimas consecuencias” luego dijeron que eso significaría agudizar las contradicciones y favorecer la represión sin beneficio de inventario.
Cuando se convencieron de que la vía de la revolución era electoral, creando partidos y movimientos, dijeron que en ese escenario había que “llegar a las últimas consecuencias”, lo cual implicaba una lógica electoral, con todas sus ventajas y defectos. Es decir, tener candidatos, entrar en la disputa proselitista y apelar al marketing y comunicación política. Pero resulta que ahora eso ya no funciona: al poder se llega mediante el golpe y la desestabilización, desconociendo la ley y la Constitución. El paradigma de ahora se llama Asamblea Constituyente, con ella se llegará “hasta las últimas consecuencias” (¿políticas, democráticas, revolucionarias?
Y en estos días escuchamos voces de dirigentes muy radicales, convencidos de que el jueves pasado se tomaban el poder, que Correa estaba caído, etc. Advirtieron a sus ‘bases’ de que la marcha y supuesto paro llegaría hasta las últimas consecuencias y desde el viernes 14 el mundo sería otro, la democracia retornaría al Ecuador, etc. Por lo visto, nada de eso ocurrió porque en el diseño político de sus operaciones radicales no contaron con la realidad y quizá por eso diario El País, de España, relata desde esa lógica, sobre todo porque su única fuente de información es la Conaie.
Si somos el país del “hasta las últimas consecuencias” y con esa marca marchamos y nos definimos tendremos que revisar hasta dónde estamos haciendo lo que nos toca para estas épocas y en función de ese espíritu. Caso contrario, estamos en el peor de los escenarios, engañándonos o mintiéndonos. Y si no es lo uno ni lo otro, estamos en el mejor de los mundos ficticios profesando una fe revolucionaria sin contenido ni sentido. (O)