Corría el año de 1934, Ibarra -tras el terremoto de 1868- se consolidaba como urbe moderna. El presidente del Municipio era Luis Abraham Cabezas Borja, de 51 años, de bigote tipo mostacho y lentes redondos. De niño, junto a su familia, había llegado a Ibarra y soñaba con el progreso de la ciudad de las paredes blancas. Por este motivo inició la construcción de la vía Occidental que, con el tiempo, sería la avenida Mariano Acosta, que honra la memoria del insigne ibarreño, quien, junto con los 550 sobrevivientes, refundó la ciudad devastada en 1872.
En 1947 el jurisconsulto Cabezas Borja, con voto popular y amplia aceptación, fue designado como el primer Alcalde de Ibarra (antes se denominaban presidentes del Concejo). Era un hombre de grandes proyectos, como lo demostró con la construcción de su casa en 1928, reconocida con el premio al ornato (el actual redondel Cabezas Borja, que debería ser un museo). Como fundador de la Junta Patriótica del Ferrocarril Quito-Ibarra-San Lorenzo, acaso, pensó que la entrada principal debía tener un ícono emblemático. En estas circunstancias, en 1949 y a sus activos 71 años, Cabezas Borja escribió al historiador Carlos Emilio Grijalva para consultarle sobre una idea que, desde hace tiempo, tenía en mente: “levantar un obelisco en homenaje a los fundadores de Ibarra, con el objeto de guardar su memoria...”.
Sí, un obelisco, con cuatro caras trapezoidales y que significa aguja en griego, como tenían grandes ciudades, como Buenos Aires o Washington D.C., para recordar a sus hijos ilustres, aunque en sus orígenes, en el antiguo Egipto, estos monolitos de una sola pieza eran colocados, a la entrada de las tumbas reales, para devolverles la vida a los faraones en la hora de su resurrección, según sus ritos.
Para enero de 1950, según refiere el historiador Amílcar Tapia, se presenta el proyecto elaborado por Neptalí Páez Sánchez, como dibujante-topógrafo, además del esbozo del dibujo artístico por parte de José María Ayabaca Madrid, quien, a la postre, elaboró los monumentos del fundador de la ciudad, capitán Cristóbal de Troya y Pinque, quien llegó en 1606 por pedido del entonces presidente de la Real Audiencia, Miguel de Ibarra, cuya efigie al natural también está en el obelisco de 28 metros, de la plaza Alejandro Pasquel Monge, en memoria del destacado clérigo.
Sin embargo, a Cabezas Borja se le terminó el período para ver cumplida su obra, así que -con gratitud y gentileza- el nuevo alcalde de Ibarra -que la concluyó en 1951-, Alfonso Almeida, nombró en el discurso inaugural por las fiestas septembrinas al gestor de la iniciativa, que pudo lograrse con la ardua labor de obreros, como Sixto Amaya, Jorge Lama, Ernesto Portilla, David Pupiales y su hermano, quienes, por lo general, son actores anónimos frente a los héroes oficiales y las ofrendas florales.
Todo tiene un símbolo: el obelisco fue erigido a la memoria a los fundadores que soñaron con una salida al mar, por el océano Pacífico, hace más de 400 años. Sin embargo, la estatua de bronce de Cristóbal de Troya aún no divisa el puerto. (O)