El consumo de estupefacientes (drogas prohibidas) es más que un problema de salud pública. Es un alarmante problema social en buena parte del planeta, con una geopolítica propia que señala consumidores de diversos países y de diversas clases sociales. Tiene su arista económica, con mercados de gran consumo y de preferencias cambiantes como Estados Unidos y productores especializados en diferentes continentes. De esta arista nace la violencia del narcotráfico que causa más víctimas mortales que el mismo consumo.
Desde 1920 la producción y venta de alcohol etílico fue prohibida en Estados Unidos. La prohibición redujo el consumo de licores, pero no lo erradicó. Lo peor fue que convirtió al expendio de licores en un negocio demasiado lucrativo, tanto que fue monopolizado por el crimen organizado. En 1933 se legalizó el consumo, la fabricación, el transporte y la venta de alcohol etílico.
Comparando esta experiencia con la de las drogas, desde hace algún tiempo se habla de legalizar las drogas. Se ha empezado por la marihuana, una que solo requiere cultivo, no fabricación. Holanda asegura que el consumo ha bajado tras la regularización. También se dio este proceso en algunos estados de Estados Unidos, en México lo ha propuesto incluso el expresidente Fox y en Uruguay, por iniciativa previa de Mujica, se regularizó el uso de la marihuana. El economista liberal Milton Friedman afirmó en 1991 estar a favor de la legalización de las drogas, porque “el mayor daño causado por las drogas proviene de su ilegalidad”. El debate queda abierto.
Para las sociedades, Ecuador incluido, las drogas son muy destructivas, por el consumo y por las prácticas violentas del narcotráfico. Los mayores perjudicados son la niñez y la juventud. Por eso mismo, la educación recibe un golpe cada vez que un menor consume droga. Como siempre, los pobres reciben los peores azotes, pues esas drogas baratas son en realidad los desechos y contienen sustancias tóxicas, en adición a la misma droga.
La prevención del consumo de drogas requiere campañas de información y concientización. La información, dirigida en especial a docentes, madres y padres de familia, permite conocer el modus operandi de las bandas de narcotraficantes, en este caso las dedicadas al microtráfico. La concientización se dirige con énfasis a estudiantes, para que vean el desastroso resultado del consumo de drogas.
Las series de televisión han empezado a tratar el tema con mucho realismo. El caso Escobar, por ejemplo, al menos desmitificó al supuesto Robin Hood de Medellín, mostrando su crueldad corrosiva. Pero la serie más destacada a escala mundial ha sido la estadounidense Breaking Bad, cuyo protagonista es un profesor de Química que incursiona en el mundo del narcotráfico. Una serie brutal en el sentido salvaje de la palabra.
Ni toda la prevención del mundo, ni la articulación entre la educación y el mundo del trabajo, ni el desmantelamiento de laboratorios podrán llegar a la esencia del problema. ¿Por qué se droga la gente? Esta conducta no se puede explicar con las teorías de hábitos repetidos de Pavlov ni con el psicoanálisis de Freud. La respuesta requiere del concurso de psicólogos, sociólogos y antropólogos. Ese debate nos podría dar una solución para reducir al mínimo el problema de la drogadicción. (O)